El 9 de septiembre de 1973, el Club Deportivo La Cruz celebró  cincuenta años de vida. Y lo hizo a lo grande. Fue la ocasión en que la familia cruciana,  sin saberlo, sin duda, se juntó a enarbolar sus lealtades, casi por última vez.  La institución creada el año 1923 en el barrio El Colorado, celebró este 9 recién pasado, ocho décadas al servicio del deporte amateur.

Su historia, resume en buena medida, la vida de tantas otras instituciones creada al amparo del barrio, la que sirvió para desarrollar nuestra principal seña de identidad: Tierra de campeones.

Después del 11 de septiembre de 1973,  Chile cambia radicalmente su rostro.  La vida deportiva y comunitaria que se articulaba en torno al deporte también cae bajo la mirada de la desconfianza de las nuevas autoridades. Lo popular es sospechoso. Ni el baile religioso se salva de los ojos extirpadores.

Nuestro club recibio siempre al apoyo de la Municipalidad. Fue esta institución la que nos dio en calidad de préstamo la cancha y los baños públicos que la Plaza Arica tenía. Con ese soporte, los crucianos desarrollamos una activa vida comunitaria, una ética colectiva y una mística deportiva, de la cual aún nos inspiramos.

En los años 80, sin embargo, la Ilustre Municipalidad de ese entonces, le cede la cancha a la Junta de Vecinos,  cuyos dirigentes eran entonces designados. Con ello la institución de Juan Rondón, Santiago White y Manuel Silva pierde buena parte de su patrimonio. Luego viene otro golpe certero. Se demuele la sede social, y se promete, la construcción de un nuevo lugar de reunión. Pero sólo queda en eso, en promesa.

La demolición de la sede social fue una estocada al corazón. No sólo se hizo añicos el hormigón armado, sus ventanas y sus luces, sino que se destruyó  un espíritu de la época que quizás nunca podamos recuperar: una mística y una ética comunitaria, que realizó trabajo voluntarios sábados y domingos, que sacó de sus humildes bolsillos  los dineros para comprar las bolsas de cemento, la arena y el ripio. Las miles de rifas que se hicieron para lograr el objetivo de la casa propia, fueron destruidos una mañana de otoño por los camiones municipales. No me extrañaría, que René Saavedra, y sus directiva haya derramado más de alguna lágrima.

A partir de entonces La Cruz vive su nomadismo deportivo. Vagando de cancha en cancha,  en busca de un lugar donde arraigarse. Y ese sitio sigue estando en la Plaza Arica. Pero no se crea, que el club de Manuel Silva, tiene sus días contados.  Sus cientos de niños y de niñas que abrazan la amarilla y negro, que preguntan por su pasado, que cantan el himno, y que se alimentan de la leyenda de  Marcelino Herrera y de Andrés Mery, entre tantos otros,  nos han permitido, gracias a la labor de Edgardo Barría, caminar a los cien años. Por lo pronto esperamos que las autoridades se dignen a reparar el daño que nos provocaron. Sería un buen regalo en estos ochenta años.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 14 de septiembre de 2003

 

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