Antes que los psicólogos y otros estudiosos de la conducta humana prestaran atención a la importancia que tiene el buen trato, en el marco de todo proceso de compra y venta, en los antiguos negocios de barrio, se hacía gala de la llamada “atención esmerada”.

En ese Iquique del que sólo quedan los recuerdos, los negocios  y despachos que se distribuían por todo el plano urbano hacían gala de esa cualidad que hoy se intenta enseñar. Croatas, italianos, chinos, españoles, peruanos y bolivianos, entre otros,  vieron en esos negocios una plataforma para hacer frente a la crisis. En un lenguaje moderno era una estrategia de subsistencia, que aquellos emigrantes y también muchos  con-nacionales diseñaron para hacerle frente a la vida.  Cuando el siglo XX se abría paso por las calles de ese Iquique cosmopolita, los cientos de negocios también capturaban clientela con el simple argumento de atender bien.

Como no habían libros de marketing, ni falta que hacía, los antiguos comerciantes se las ingeniaban para vender. A parte de la atención esmerada, se le agregaba  esa otra ventaja comparativa que rezaba del modo que sigue “Atendido por su propio dueño”. Frase  certera  que le otorgaba a ese acto  confianza absoluta.  No habían intermediarios ni cosa que se le parezca. Aún es posible encontrar grandes tiendas atendidas que mantienen esa filosofía. La Liguria, Los Tres Montes, Las Dos Estrellas,  el Bazar Obrero, la Casa Sacco (a pesar de su jibarización), tienen la gracia de que sus dueños están atentos a cualquier detalle, sobre todo si se trata de autorizar descuentos. Otro factor que  hacía familiar a esos negocios era la permanente presencia de los empleados que por más de treinta años, allí  atendían.  En Las Dos Estrellas, por ejemplo, uno creció viendo como envejecía, el Señor Liefoc o el Señor Wong. El humor popular llegó a elaborar la siguiente frase en alusión a la permanencia laboral de una señora de buenos modales, precisa en eso de las cuatro operaciones: “Más antigua que la cajera de Las Dos Estrellas”.

Vender al crédito era algo que se evitaba. “Hoy no se fía mañana si” decía ese cartel escrito sobre una madera blanca y con letras rojas. Era una retórica con respecto al hoy y al mañana. Nunca llegó el bendito día en que se podía comprar al fiado. Las tiendas grandes de hoy, esas de hormigón armado, que no son atendidas por sus propios dueños, dieron vuelta ese letrero. Cuando se compra al contado, lo miran a uno con una cara que mejor ni les cuento.

Aun es posible encontrar en viejos cajones las libretas donde se consignaban el acto de la compra a crédito. La de las carnicerías eran la más llamativas, ya sea por su olor o por la mancha de sangre que cubría las puntas de sus hojas. Entonces no habían Dicom ni  abogados, ni letra chica. La confianza mutua envolvía ese acto de la compra venta, en que no sólo se intercambiaba  dinero por mercancía, sino que también noticias, saludos y toda esa amplia sociabilidad que ya no se encuentra cuando se compra en esas tiendas o supermercados, a excepción del Rossi y de los Palmira.

Entonces comprar era más que comprar, era una puesta en escena, era un declaración de intenciones. Se podía comprar una toalla, un par de medias para el fútbol, una botella de aguardiente, y demorarse media mañana. Es que entonces el tiempo corría a otra velocidad.

Publicado en La Estrella de Iquique,  el 25 de julio de 2004.

 

.

volver a Indice de temas: BAZAR