Cuando la gente leía, es decir antes de los tiempos invasivos de la televisión, no había día del libro ni cosa parecida. No existía la necesidad. No se hablaba de ese artefacto cultural.  Se leía y nada más. Se dice que cuando las cosas empiezan a desaparecer se inventan las efemérides. Con excepción, claro está, del día de la Madre.

El libro y sus futuro parece ser el tema de debate en la era de la globalización. Los pesimistas anunciaron el fin del Quijote y de Hamlet. Pero nada ha pasado. Gracias a internet, por ejemplo, ha aumentado la venta de libros. La pregunta es qué tipo de libros la gente consume. Me temo que se lee a mucho a Coello y mucho textos de auto-ayuda. Y es comprensible, en el tipo de sociedad que habitamos, una pequeña ayuda siempre será bienvenida.

El norte grande de Chile no se puede entender sin la presencia del libro. El libro es la memoria, pero lo será siempre y cuando haya alguien dispuesto a escribirlo y otro a leerlo. El libro como objeto arrumbado en un anaquel no sirve de nada. Convertirlo en un fetiche es condenarlo a muerte.

A veces las bibliotecas parecen mausoleos del libro. Vigilados por rigurosos funcionarios ahuyentan más que invitan a recorrer sus páginas. Decir que el libro es sagrado es poco meno, que afirmar que no se puede tocar, y eso significa la no-lectura. El libro fue hecho para  leerlo.

Un política de la lectura debe afirmarse en el carácter profano del libro. “Cien años de soledad” fue hecho para leerlo, para rayar sus magníficos párrafos (siempre y cuando este texto sea suyo, se entiende). Debe además garantizar el libre acceso del mismo.

Hay libros emblemáticos para entender lo que somos. “Tarapacá” la novela de Juanito Zola, es una de ella. “Los mártires de Tarapacá” de Vera y Riquelme es imprescindible para entender lo que sucedió el 21 de diciembre de 1907. “Iquique” de Francisco Javier Ovalle es otro inevitable. Para lo que poco saben de la matanza de La Coruña, la novela “Los Pampinos” de Luis González Zenteno, es lectura obligada. La poesía de la María Monvel, “Ultimos poemas” es también uno de ellos. En la crónica, la pluma de Osvaldo Guerra, Cipriano Rivas, entre tantos otros, nos ayudan a entendernos un poco más.

Hay que democratizar los libros, respetando eso si la autoría intelectual; dispersarlos en las salas de espera de los hospitales (ofrezco libros del Crear para estos efectos) en las peluquerías,  en las bibliotecas municipales, pero no en los sitios privados (absténganse abogados, médicos y terapeutas).

Por ahora, leer a Juan Rulfo, por ejemplo, es una buena manera de celebrar.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 29 de abril de 2007. Página 11

 

 

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