Difícilmente se puede vender una ciudad en términos turísticos luciendo el segundo lugar en inseguridad ciudadana. Pero más allá de sus tristes records, como otro segundo lugar en hepatitis, o de mala -calidad- de la educación, es menester preguntarse por las causas y consecuencias de ese segundo lugar en inseguridad.
Hay que hacer notar, entre otros tantos fenómenos asociados al origen y desarrollo de la delincuencia, que esta conducta es la manifestación visible de los profundos cambios que vienen ocurriendo a nivel planetario y que tienen su expresión singular a nivel de nuestra realidad.
En Iquique siempre ha existido delincuencia. Crímenes famosos como por su brutalidad, por ejemplo el de Hermógenes San Martín o de Humberto González, por solo nombrar dos, nos hablan de una conducta permanente que ocurrieron en una época en que Iquique era, al decir del escritor iquiqueño Luis González Zenteno, “una villa grande y hermosa”.
La nueva delincuencia formateada ahora por el tráfico y consumo de droga, por la inestabilidad laboral, por la diferencia abismante entre ricos y pobres, por el bombardeo sistemático de una sociedad de consumo, que incrementa el deseo, pero no así los medios para obtener lo que oferta, permiten entender -no justificar- la conducta delictiva.
Lo planteado más arriba bajo el rótulo de la seguridad ciudadana, ha llevado a la encrucijada de plantearse bajo los términos que da título a esta crónica. El dilema es libertad versus seguridad. La llamada sociedad civil, expresada a través de los medios de comunicación, pareciera que reclamara por seguridad. Es decir, por mayor control, mayor dotación de personal de vigilancia, más iluminación, y una larga lista de dispositivos de seguridad que sólo traen consigo la reducción del bien más preciado de la sociedad, la libertad.
Aunque como se indica en algunos pensadores sociales, como por ejemplo en Freud y también Elias, el proceso civilizatorio se levanta sobre la coerción y la renuncia al instinto. Esta idea implicaba que la seguridad que habitaba en la comunidad, esa especie de hogar extendido o “lugar cálido”, desaparece al extinguirse ese modo de vida apacible, y se cambia por la libertad. El Iquique comunitario que alguna vez existió y que tenía rejas de fierro aunque sea a modo de adorno, en su afán por conseguir el ideal del progreso o del desarrollo, ha generado, en cuanto desarrollo desigual, la aparición de una conducta delictual que expresa las profundas desigualdades sociales. Aun con calles iluminadas, con más perros policiales en las calles, con decenas de retenes móviles, planes cuadrantes, tolerancia cero, el delito seguirá existiendo. Y es simple, las condiciones que lo provocan, la vergonzosa diferencia entre pobres y ricos, mientras persistan, seguirá desarrollándose. El tema no es la delincuencia, es la pobreza.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 20 de junio de 2004.