Para el orden y para el poder, las fiestas constituyen una fuente de desorden,  de allí que haya que generar mecanismos para controlarlas. En los tiempos en que Iquique era peruano, se dictaron varios decretos para prohibirlas. Las  fiestas de las Máscaras, realizadas, por lo general, en el mes de febrero, fue una de ellas. Sin embargo, continuaron llevándose a cabo. Lo mismo ocurrió con el Carnaval de principios de siglo XX. Pese a los ataques de la prensa de la época, aún tenemos fiestas populares.

La fiesta constituye también uno de los puntos centrales de las religiones populares, sobre todo  de los bailes que cada año peregrinan a la fiesta de La Tirana. Esta es el centro de mundo donde hombres y mujeres viven una experiencia distinta. Otra forma de estar en el mundo.  La fiesta, según Grammatico,  es “una experiencia  de lo divino, una experiencia que podía llegar a ser un “saber”, no por cierto teórico, sino práctico, inmediato y eficaz… Gracias a ella (la fiesta) se produce una aproximación, un estrechamiento de vínculos que venían a actualizar la relación hombre-dios, y se efectuaba casi en contacto entre esos dos ámbitos (sagrado y profano) cercanos y remotos”.

Más allá de la relación entre lo sagrado y lo profano, se puede ver la fiesta en su vinculación con el orden. Así lo plantea Cox: “La fiesta representa un momento en que la cultura popular y la cultura dominante, premoderna y moderna, entran en abierto conflicto. Las ‘elites’ culturales, incluidas las religiosas, casi siempre consideran la fiesta como algo peligroso, porque generan una energía que no es posible detener y desencadenan pasiones que no son fácilmente controlables. Consiguientemente, la historia de las fiestas en el mundo moderno es la historia de los intentos de prohibirlas y controlarlas, y es también la historia de la lucha de la gente normal y ordinaria para evitar que sus fiestas sean abolidas, alteradas o convertidas en atracción turística”.

La fiesta es el espacio donde el hombre y la mujer se conectan con lo divino. Es el espacio que permite, suspender, al menos momentáneamente, las diferencias sociales.  Es el lugar, como el Carnaval, donde todos somos iguales. Opera, la inversión de roles y el igualitarismo. Permite que los ricos con los pobres, beban de igual a igual. Notas de estas fiestas de los años 20, hablaban de como connotados comerciantes iquiqueños se paseaban con famosas prostitutas por el principal paseo iquiqueño, obviamente en estado de ebriedad.

La fiesta, por lo mismo, es sospechosa para los guardianes del orden social. Por lo mismo que es desacato, parodia, liberación de los sentidos, excesos, ya que pone en duda el carácter “natural” de las diferencias sociales. La fiesta, es el modo, aunque sea simbólico, de afirmar la igualdad en una sociedad edificada sobre el desigual acceso a los bienes.

 

Publicado en La Estrella de Iquique, el 2 de marzo de 2003