En épocas de elecciones, y sobre todo de elecciones para alcaldes y concejales, la ciudad aparece como un botín de guerra a conquistar, una especie de palacio de invierno, en la que una vez en su sala de estar, los nuevos huéspedes implementarán sus anhelos y deseos. O bien se archivarán en ese depósito que se llama mala memoria.
La ciudad, ese conjunto de redes sociales que modela un territorio, el lugar donde la vida cotidiana alcanza su mayor expresión, se transforma en una inmensa tela en la que los aspirantes a redimirla, trazan sus consignas. “Nuevas ideas” reza un cartel por ahí.
La ciudad de los candidatos no se parece mucho a la ciudad de los ciudadanos. O mejor dicho, de los que tenemos la obligación de sufragar (el voto debiera ser voluntario, la inscripción obligatoria). En efecto, cuando uno escucha a los futuros alcaldes y concejales, pareciera que ellos o nosotros habitamos en ciudades diferentes. Y algo de eso es cierto. No es lo mismo vivir y sufrir el puerto como peatón que como conductor de una 4 por 4. No es lo mismo, sortear a los comerciantes ambulantes por el centro que transitar con cierta calma por los dos mall.
En una ciudad como la nuestra, cada candidato insistirá en aparecer como más iquiqueño que el otro. La búsqueda de un código genético que lo vincule a lo más rancio de la iquiquiñez es tarea obligada. Nieto en quinto grado del Tani Loayza; sobrino en décimo grado de Arturo Godoy; sobrino nieto de Roberto Sola; ahijado de Cayo-Cayo, familiar lejano de Mac Donald, en fin.
Estas elecciones, y que duda cabe, y si me permiten la expresión, será una de las más entretenidas y de difícil pronóstico. La ingeniería política que no es lo mismo que el análisis político, se devanea los sesos pensando en cuanto votos trasladará Soria padre a Soria hijo, la Marta a la Mirtha, y Rossi a Patricia Pérez. Lo mismo se especula acerca de la transferencia que Antonella le depositará a la Mirtha. Sea como sea, gran parte de los votos, no se canalizan así por así. Pensar de otro modo, no es tener una buena opinión de los electores.
Lo cierto que esta ciudad (¿cuándo se jodió Iquique?) merece una nueva oportunidad. Al contrario de Macondo (se dice por ahí que la diferencia entre nuestra puerto y el pueblo de García Márquez, es que en Macondo no hay mall), no estamos condenados a la soledad, y tenemos más que una segunda oportunidad.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 24 de agosto de 2008