El comercio de la ciudad antes de la globalización, se esparcía a lo largo y ancho del plano urbano. En el centro las tiendas de vestuarios. Pero, en el barrio los despachos, y ojalá en cada esquina, nos ofrecían sus productos. Chinos, italianos, croatas, entre tantos otros, como peruanos y bolivianos, proveían al barrio de lo necesario. Por lo general no tenían nombres. Para referirse a ellos bastaba pronunciar el nombre del dueño: Belfor, don Carlos, el Chino Ponciano, La India, don Mateo, don Domingo, etc.
Entre cajas de manzanas de David del Curto, viejos periódicos, que servían una vez leídos, para envolver, calendarios con paisajes que nunca veríamos, con excepción del cine, completaban la escenografía del arte de vender y comprar. Una vieja radio y una canción de Daniel Santos complementaba el entorno. El tango y el bolero, estructuraban la programación de la radiotelefonía local. El mambo llegó después, pero no era para comprar.
Un espacio social, el despacho, en la que mujeres en su mayoría, actualizaban la vida del barrio. Un lugar de encuentros y también de desencuentros. Pero, lugares con historia y memoria. El acto de la compra venta, no era sólo eso, era un evento en que se intercambiaba más que dinero y productos. Hubo locales incluso en que los mismos parroquianos cortaban el trozo de zapallo con un serrucho para la ocasión. Una interacción que incluía preguntas sobre la vida misma. Un acto basado en la confianza. De allí que el fiar, o sea confiar, era básico.
Las libretas del carnicero, del almacenero eran la prueba fehaciente del acto de esa conducta. “Comprar la lápiz” se le decía. Pero no faltaba el que hacía caso omiso del compromiso contraído. Siempre hay alguien que rompe las reglas. De allí el letrero “Hoy no se fía, mañana si”· Y muchos otros que fueron variantes del mismo: “Sólo se fía a mayores de 90 años siempre que vengan con sus abuelitos”. Demás está decir que todos estos locales, eran “atendidos por sus propios dueños”. Y por cierto la atención “era esmerada”. El vuelto era dado integro y no se pedía para ninguna campaña. Para eso estaba el plato único bailable y otros inventos. Dueños de negocios más agresivos ponían en una pizarra el nombre del deudor. Era el escarnio público. Una especie de Dicom escrito con tiza blanca.
Hoy no se entendería eso. Vender al crédito es el negocio. “Hoy se fía y mañana también” deberían poner las tiendas del rubro. El que no paga se lo comen los intereses, además de los consabidos actos judiciales. El despacho de la esquina empezó a morir cuando el “Coopenor” (Vivar con Sargento Aldea) abrió sus puertas. Ese supermercado, anunció el fin de esos territorios en la que comprar, era mucho más que eso. La historia de ése y los otros que los sustituyeron: “Asa”, “Decer” hasta el actual, es otro cuento. Los despachos de hoy se llaman bazar y tienen nombres propios: “Jocelyn”, “Pablito”, entre otros.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 25 de abril de 2010. Página A-13