Mi amigo Mateo Fistonic Bucat ha cumplido cien años. De niños en la Plaza Arica, nos vendía anzuelos y nylon para ir a pescar a los muelles de el Colorado. Mateo, imponente con sus grandes manos nos atendía. Llegó con apenas 16 años a una ciudad que empezaba a vivir la crisis de los años 30. Trabajó en la unión del puerto con la Isla Serrano. Al final se independizó y se hizo comerciante. Su último despacho fue el de Juan Martínez esquina de Bolívar. Una foto de Hernán Pereira lo inmortaliza.

La vida de Mateo es la del migrante europeo que llega a Iquique atraído por la riqueza del salitre. Es también la del joven que ve en el trabajo la única manera de sobrevivir con dignidad. Los croatas le tienden la mano, y él hace el resto. La vida de Mateo es la del extranjero que se enamora de la tierra que lo acogió. ¿Cuál es la clave para llegar a esa edad? Nos contesta sonriendo: «Trabajar 14 horas diarias, no beber ni fumar».

Mateo es un testigo privilegiado para hablar de esta ciudad que lo acogió. Por su memoria transitan los buenos y los malos recuerdos. La nostalgia por su tierra natal le habrá carcomido, más de una vez, su resistencia. Pero se quedó y fundó una familia. Esa que se juntó para cantar y bailar sus cien años. Y como broche de oro, bailó con sus hijas y nietas el vals interpretando por Chayanne.

El cumpleaños feliz en croata y el baile en clave local. La cumbia chilena hizo el resto. Mateo es un ejemplo de vida. La ciudad de Iquique debería sentirse orgulloso no sólo de haber acogido a este joven migrante, sino que este croata de ojos café, haya optado por quedarse aquí con nosotros.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 17 de febrero de 2013, página 17.