El gran invento de los estados nacionales de América Latina fue crear y desarrollar a lo largo de toda su existencia ese sentimiento que se llama nacionalismo. Ese debe ser una de sus mejores marcas. Transmitido a través de la educación, y sobre todo por la escuela, los estados de este continente han inyectado de un modo exitoso en cada uno de nosotros, eso que se llama amor a la patria. Que uno ame a su patria, cosa que es legítima, no es un proceso natural. Al contrario es producto de toda una campaña que comienza desde nuestra más temprana infancia. Ya desde el jardín infantil, se nos modelan nuestras conciencias. Los clásicos y efectivos actos cívicos del día lunes, son un mejor ejemplo de ello.
Pese a los alegatos de próceres como Simón Bolívar, las élites gobernantes han actuado eficazmente en la consecución de sus fines. Hacer coincidir las fronteras geográficas con las culturales. Esa ha sido su gran motivación.
En Tarapacá ese fenómeno lo vivimos a diario. Chilenos desde el 1879, esta región se ha visto sometida a un proceso casi compulsivo de inyección de ese sentimiento definido desde Santiago. Aquí la nacionalidad se vive a diario como un hecho siempre frágil. Por esa razón, hay que machacar constantemente las conciencias para que no se pierda ese sentimiento.
Los estados nacionales deben modelar sus fronteras y llegar hasta el más lejano habitante, por definición cercano a otros país, que en términos generales, ha estado en conflicto por problemas de territorios. Llenar el imaginario del aymara que vive más cerca de Oruro que de Iquique, de tópicos nacionales, es el ideal de todo proceso de chilenización. En los 80, en las llamadas Escuelas de Concentración Fronteriza, se prohibía hablar la lengua madre. Y el calendario ritual de las misma, tenía más de 46 actos llamados “cívicos”, que no eran más que celebraciones militares.
Cada cierto tiempo el nacionalismo parece exagerarse. Y fue lo que pasó el miércoles recién pasado en el encuentro entre Chile y Bolivia. Al escuchar el relato de Pedro Carcuro, uno se daba cuenta de cuan fuerte es la presencia del lenguaje bélico. Por ejemplo: “Están todos los bolivianos en territorio chileno” ¿Incitación a la defensa?. Pero lo más lamentable ocurrió al interior de nuestra universidad. Finalizado el partido un grupo de estudiantes quemó una bandera boliviana y lanzaron epítetos racistas en contra de ese país. La inyección de nacionalismo repito, tomando en cuenta, a ese grupo de muchachos, ha sido exitoso. Lo preocupante es que son estudiantes de educación superior que profesan una mentalidad que debiera superar las limitaciones que otorga ese nacionalismo del siglo XIX. Amar el territorio donde hemos sido criado es legítimo. Pero afirmarlo a través de la destrucciòn del otro, es algo muy diferente.
Publicado el 4 de abril de 2004. La Estrella de Iquique