Las ampliaciones que tienen lugar hoy en Iquique, destinadas a solucionar el problema habitacional, parecen descansar en un supuesto básico: que las nuevas habitaciones no cubran una superficie muy extensa (de ahí la modalidad de los departamentos) y que la casa o departamento sea estrictamente funcional. Vale decir, que esté diseñada para una familia nuclear (cónyuges e hijos). Y que los muebles y otros enseres sean también absolutamente necesarios.
La política de erradicación de poblaciones mal ubicadas o de cités en pleno centro de la ciudad que no reúnen los mínimos requisitos higiénicos tropiezan con un problema cultural. La erradicación lleva por implicación, de acuerdo a las nuevas características de las habitaciones, llevar sólo lo adecuado. El problema cultural surge cuando uno se pregunta ¿qué es lo estrictamente necesario? ¿Puede una familia de pescadores artesanales trasladarse a una casa o departamento lejos de su lugar de trabajo con sus redes, sus remos y otros utensilios de trabajo? Creo que no. Ya que en el caso de los pescadores artesanales, la superficie de sus casas y la ubicación de éstas, están determinadas por la características de sus labores.
Las familias que se desempeñan en otras labores, no necesariamente ligadas a la pesca artesanal, pueden llevar sus enseres, los necesarios y los “innecesarios” a un departamento. Por lo general, estas familias no son nucleares, son extensas, ya que en ellas conviven aparte de los cónyuges, personas allegadas, etc. Los enseres “innecesarios” son aquellos que la familia guarda en una pieza, en un viejo baúl, en el fondo de la casa o en el techo. En todos estos lugares conviven ruedas de bicicletas, planchas y cocinas a carbón, viejas herramientas oxidadas, antiguos retratos de un familiar, diplomas, sillas rotas, viejos sillones, etc. Para aquel que no conozca la mentalidad tradicional, tildará a estas familias de “cachureras”. Pero el problema no es tan simple.
Por lo general, todos estos viejos objetos pertenecieron a un familiar que falleció, a un pequeño hijo que murió cuando recién nacía, etc. La conservación de estos objetos por la familia permite la relación afectiva, sentimental y emotiva. El objeto material encierra un pedazo de vida del que se fue. No es un objeto frío que pueda regalarse así por así. Preservar estos objetos es materializar un recuerdo, es aprisionar un fragmento de la existencia del finado. El objeto que se guarda es el intermediario para la comunicación de la familia con el que se fue, permite la comunicación de la madre con el hijo fallecido, por ejemplo.
La conservación del objeto del ser querido mantiene vivo y activo el recuerdo. El encuentro diario con la fotografía o con la rueda de la bicicleta del hijo muerto, permite la reactualización del recuerdo, de los lazos de amor. Todo esto quizás resulte más eficaz que concurrir cada domingo al cementerio o conmemorar en cada aniversario con una misa.
Las cosas del finado en la casa, sea en el sitio que sea, revela la inexistencia del olvido de parte de la familia. A través de estos objetos, el familiar fallecido tiene su lugar en la familia, en la mesa diaria. La permanencia de los objetos del finado permite la estabilidad de la familia como una unidad básica de la sociedad. El objeto llama al recuerdo y éste permite la ligazón, el diálogo entre la vida y la muerte, pues vida y muerte para la familia tradicional, son partes integrantes de un mismo proceso. La muerte no es más una nueva forma de vida, singular y distinta. La vida no se acaba en el cementerio, continúa viviendo en múltiples formas: en la vieja silla, en la rueda de la bicicleta, en el viejo retrato, en el diploma o en la medalla del deportista que aún vive en un viejo cofre.
La erradicación de estas familias no puede ser considerada exclusivamente desde la perspectiva geográfica o higiénica. La variable cultural tiene una importancia que se ha desestimado. La solución de un problema. Muchas está en saberlo plantear adecuadamente. La solución empieza cuando se pregunta ¿cuál es en definitiva el problema?
Publicado en La Estrella de Iquique, el 27 de junio de 1978, página 7