El mundo popular  que habita, aunque no siempre,  en los llamados márgenes del centro, y que se asocia por lo general, en términos económicos a la pobreza, tiene una dimensión asociativa que es fácil de advertir.  Cada barrio de este Iquique popular y bullicioso, posee decenas de organizaciones sociales que se crean tanto por satisfacer  necesidades materiales,  como por llenar  ese  tipo de requerimientos que el mundo de la política que viene del Estado, parece desconocer. Me refiero a lo lúdico, a lo deportivo, a lo festivo. Aquella parte de la vida popular,  que los ojos ilustrados no alcanzar a ver. Ambas dimensiones, la material como la simbólica, no son obviamente, mundos apartes.

Si uno pudiera hacer un vuelo rasante por cada uno  de esos barrios vería un territorio totalmente cubierto de esas organizaciones. El entretejido de cada uno de ellos, va creando redes de sociabilidades donde se producen discursos y sentido de vida. Y esas instituciones adquieren visibilidades dependiendo del fin para lo que se crean. Una de ella,  es esa institución,  que se llama plato único.

Cada domingo,  al mediodía las puertas de las parroquias o de los clubes deportivos se abren,  para ofrecer ese producto que implica la movilización de variados recursos comunitarios, lidereados por el mundo femenino. Son a beneficios de las obras del barrio: ampliación de la parroquia, pintar el club o bien ir en ayuda del más necesitado.   El mediodía dominguero se cubre de esos olores que despiertan hasta el más tímido apetito. Ollas inmensas que transforman la carne o el pollo crudo en cocido. A fuego lento, la sociabilidad popular se va estrechando en esas miles de carreras por encontrar la sal, por comprar el pollo más barato. Es,  por lo menos, una semana de trabajo que tiene que expresarse no sólo en la puntualidad del servicio, sino que también en la riqueza del mismo, en su sabor, cocción y obviamente, abundancia.

Arroz, una presa de pollo y/o de carne y la consabida papa a la huancaína constituyen el plato único más emblemático del barrio.  A eso de la una de la tarde, la campana biológica de los habitantes del sector, los moviliza, con  tarjeta en mano, a retirar el sagrado alimento de los domingos. La espera, es el otro espacio, donde los vecinos  parece re-encontrarse y reiteran ese sentimiento de sentirse juntos, y de saber que aunque, cada  uno en su casa, comerán lo mismo.  En cada casa se expresará el rito de la comunión barrial. Por lo menos, por un día al mes, o cada quince días, la cocina familiar estará apagada. El ceremonial del plato único, es la respuesta para la la clásica pregunta de la dueña de casa: ¿Qué cocino hoy?
Un día de plato único, es un día especial para el barrio. Es también una estrategia de subsistencia y de creatividad de aquellos que no tienen subsidios, que viven la vida honradamente, y que además expresan la existencia de un espíritu solidario tan escaso en estos días. Después la siesta,  y a esperar como el baile religioso, a esos de las seis de la tarde, llama a los peregrinos a cumplir con su deber. ¡Buen provecho!

Publicado en La Estrella de Iquique, el 4 de abril de 2003