El 21 de noviembre recién pasado, otro 21 para nuestra historia, estará marcado en el calendario local deportivo y futbolero, como un hito más de nuestros logros en el balompié. Desde aquel mes de marzo de 1930, pasando por ese mismo mes, pero de 1980, hasta el recién pasado, encadenamos una serie de triunfos, y con ello tributamos la memoria de los players de ayer y hoy. Y a los de mañana le mostramos el camino: una tradición del “fuerte y largo parafina”, la banda sonora de las épicas en canchas de tierra que ya no existen. Se las llevó el “progreso” en clara posición de adelanto.
Más de diez mil almas celestes tributaron y exigieron, y volvieron a aplaudir a un equipo que no transó en marcar las diferencias. Una hinchada fanática que no perdona, pero que se rinde ante el argumento de las paredes, de la entrega y de los goles. Una barra del sector sur, heredera del Deportes Iquique de los años 80, con la Zunilda como abanderada, repetía los clásicos como “los borrachos en el cementerio…”. Al otro extremo, la barra de este siglo, que nunca claudicó, cantó todo el repertorio aprendido en horas frente a la TV, pero que siempre le dio el aire local: faltando dos minutos para el final, sea cual fuera el resultado, el himno a Iquique, ese que se canta desde la década de los 60, callaba todo. La liturgia de la identidad, a través de la obra de Polanco y compañía, nos recordaba donde estamos. Competiendo con los sponsors oficiales, los “trapos” colgado con toda la dignidad del mundo, decían presente: “La Jorge”, “el Morro”, “la Puntilla”, “Isluga”, “Algarrobo” e incluso clanes como “Los Rojas”. Otras, como “La pasión del barrio”, expresaban a ese Iquique que ha cambiado hasta decir basta, pero que se las arregla, para insistir en que el barrio sigue siendo el soporte de la vida comunitaria. ¿Dónde está Peyuco?
Lo demás está en la radio. Los relatos, los comentarios, con sus excesos y virtudes. Los autos en las calles con las banderas en lo alto y con las bocinas a todo pulmón. El viejo de al lado que llega con el cojín y la radio a pila, a escuchar como el relator narra lo que él mismo está viendo. El gran lienzo “Tierra de Campeones” que se despliega cada vez que el dragón entra a la cancha, instala una estética identitaria que insiste en el arraigo local a pesar de tanta globalización.
El fútbol, en este caso, sigue siendo el principal dispositivo generador de identidad y de sociabilidad. En este escenario la historia local sintetizada en dragón, la boya, los sonidos andinos de las trompetas, nos hablan de una perfomance, en que el olor a empanadas, los garabatos lanzados a los cuatros puntos cardinales, las rechiflas a los árbitros son parte de esta gran puesta en escena. El gol y su celebración. Alvaro Ramos, niño maduro, las plegarias de Cantillana, los amagues de Martell, los años de Fuentes y de Pérez, la alegría del “Pinino” Mas, la fuerza de Marchant, y un largo etcétera que conecta con los análisis de Juan Ponce de Ferrari a la salida del estadio. Otro 21 para la historia, pero esta vez sin sangre y llamando a la vida.
Publicado el 28 de noviembre de 2010, página A-9