Cuando las huestes de Almagro, montadas en sus caballos pasaron por este desierto, alteraron el natural paisaje y silencio de esta geografía tan misteriosa como nuestra. Este paso lo describe magistralmente Patricio Advis, en su libro “El desierto conmovido”. Algo parecido debe pasar ahora con el Dakar.

Nuestro desierto, en plena etapa de la explotación del salitre, ya conoció de la intervención humana, modificando y alterando su paisaje. Los cazadores y recolectores que la habitaron se adaptaron al territorio; fueron parte de él. Estamparon sobre piedras y cerros su presencia que aún nos cuesta descifrar. El hombre humanizó el desierto y lo colonizó a través del trabajo y del ocio. Lo que queda de esa masiva concurrencia aun se advierte en los cementerios abandonados, en las animitas solitarias, y en los sitios patrimoniales.

El Dakar, una especie de jauría motorizada, motivada por la velocidad y el éxito, profana ese desierto que cada día se nos hace menos misterioso. Entiendo la lógica del turismo y de este deporte. Comprendo que hay que “vender” este paisaje, lo que me complica es el precio que hay pagar. El Dakar es la expresión más evidente de lo que planteo. Además cada fin de semana se observan dakares regionales que alteran la calidad de este espacio único e irrepetible, que junto a la costa, son nuestros entornos identitarios por naturaleza.

Huaqueros se le llama a quienes alteran y sustraen las riquezas arqueológicas. Ese deporte no es eso, pero puede provocar daños irreversibles a nuestro paisaje. Al Dakar hay que darle todas las garantías, pero acorde con nuestras exigencias y cuidado del territorio. Felizmente se está generando una consciencia en ciertas autoridades para regular esta actividad. Hay que cuidar el patrimonio arqueológico de la región. Y de paso normar el recorrido de estas caravanas, para que respeten las apachetas y otros símbolos de los primeros habitantes de este espacio. Es falso que en desierto no hay nada. En el nuestro habitan las huellas y los muertos, de todos nuestros muertos.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 15 de enero de 2011, página A-9