Los fotógrafos deportivos viven y mueren en el anonimato. Sus trabajos no entran en las galerías de artes, sus obras no son antologados. A parecer, y a juicio de los ilustrados,  su arte es menor.

Las fotos deportivas cuando entran en las galerías lo hacen en la forma de caricatura. Un boxeador triste y pobre, un futbolista flaco y sin dientes. Una formación de un equipo de fútbol harapiento. Lo popular en este tipo de exhibición, aparece degradado.

Los fotógrafos deportivos no dejan sus huellas en sus trabajos. Será por humildad o por lo que sea, pero cuesta hallar al autor de esa magnífica foto en que el arquero Jorge Echeverría Castro del “Maestranza F.B.C”, vuela en pos del balón, teniendo como marco de fondo un cerro de color gris como los muchos que hay en Tarapacá.

La revista “Estadio” fundada el 12 de septiembre de 1941 registra el nombre de su primer gráfico, el flaco Enrique García, un aficionado al arte, pero que marcó una época. En Iquique, en las páginas del diario “El Tarapacá”, Ronald Pizarro y José “Paco” Herrera contribuyeron a inmortalizar  este gran universo deportivo desarrollado en la Tierra de Campeones.  Muchas fotos de ese entonces eran de estudio. No habían fotografías que inmortalizaran a los “playeres” en plena faena, ya sea lanzando certeramente un combo o bien hilvanando una jugada sobre “las polvorientas canchas” como le gustaba decir a Raúl Duarte. De allí que la foto de Echeverría, agazapado sobre el balón,  sea aún más bella.

A los fotógrafos deportivos hay que ponerlo en el sitial que les corresponde. A ellos le debemos el poder reconstruir la historia gráfica de nuestras ciudades.  Estas, no sólo se expresan a través del teatro Municipal, el Casino Español, la Catedral, la ex-Aduana, o la calle Baquedano. Detrás de estos monumentos hay hombres y mujeres que  ríen y lloran, que se juntan en un club deportivo, que crean redes sociales y que se proyectan. 

Los clubes deportivos son los monumentos que la sociedad civil se construye a si misma. Y en su interior está concentrada toda una historia que la mirada ilustrada no alcanza a ver, y que  a menudo desprecia. Son albergues de la memoria. Allí están las cientos de fotos, y de trofeos que dan cuenta de su historia. Allí están los registros de los socios y las actas de las reuniones. Allí convive lo anecdotario (la discusión por la compra de una máquina de escribir) con lo trascendente (el registro minucioso por la obtención de la “Copa Tarapacá”). Allí está el patrimonio de los hombres y mujeres que son también, y a su modo, próceres. Y vaya que lo son.

A través de las fotografías deportivas podemos entender buena parte de la historia de nuestras ciudades.  Por esas viejas fotografías podemos darnos cuenta de la centralidad que el deporte ocupó en Iquique. Y lo siguiente no es menor, fotógrafos dotados de una tecnología básica, por decir lo menos, nos legaron estos bellos documentos que urge conservar.

En esas fotos se expresa la sociabilidad popular.  A través de ellas es posible observar modas, formas de expresar el cuerpo, discursos estéticos (el uso de tal o cual color de las camisetas, no es casual, lo mismo sucede con sus emblemas; banderas, carné, etc), despliegues de identidades, mediante la afirmación de lo propio y la construcción del otro.

Las fotografías deportivas aunque carezcan de las firmas de sus autores, son los documentos más valiosos, para entender como la vida cotidiana se despliega en una cancha, en una sede social o en la esquina del barrio donde se comenta el último partido.