No cabe la menor duda que el fútbol es el espectáculo masivo de mayor importancia de fines de siglo XX. El siglo que ya comienza será testigo de la mundialización de esta práctica creada por los ingleses. Un deporte con una puesta en escena, una estética y un rigor organizacional que no se encuentran fácilmente en otros eventos. Cuando observamos las imágenes de nuestro mundial el año 1962, en blanco y negro y con los reporteros gráficos dentro de la cancha después de un gol, recién calibramos los avances en la tecnología televisiva. Nuestro hijos al vernos embelesados con esas imágenes, sobre todo con el gol de Eladio Rojas, nos miran casi con lástima.
Para este mundial tenía la esperanza de que en un mundo globalizado iba a ver los partidos, eligiendo en que canal me alojaba. Así, por ejemplo, pretendía a través del canal argentino ver los match de los albicelestes, o de los mexicanos por Televisa. Hay una regla de la antropología que dice que hay que ver las cosas desde el punto de vista de los “nativos”. Sin embargo, tenemos una globalización que por intereses económicos, nos obliga a ver el fútbol, a través de los ojos y de los labios de nuestro criollo Carcuro y Yañez. Un comentario de Carlos Salvador Bilardo siempre se agradece, por la sencilla razón de que se aprende. Se aprende como dice la doxa futbolera a “leer” un partido. Que una línea de tres o una de cuatro, que con dos volantes o sin ellos, que con enganches, o con un media punta, etc. No niego que Yañez y Carcuro sepan, pero si reivindico mi opción a elegir. Me olvidaba de Güarello y Solavarrieta. Un lector de un matutino de Santiago decía que agradecía que el control remoto tuviera la opción mute. Prefiero un comentario de Mario Kempes, escueto pero eficiente, como lo era en el área chica.
Pero al mal tiempo buena cara. Tenemos un mes de rodada de balón. Un mes de frases como “voló al segundo palo”, “diseñó la diagonal”, “hizo un pase al vacío”, “goles de pelota muerta”, “le salió la pelota ancha”, “volantes mixtos”, etc. O esa frase carcuriana, cuando el balón no lo agarra nadie: “la alojó donde no hay señal de celular”. Brillante. Gol de Argentina contra Grecia, mundial del 94. “Fue un gol pitagórico”. Genial. Pero hay otros aditivos. La publicidad deportiva, cada día nos sorprende por su creatividad. Y eso se agradece. Platini y otros en una pichanga de barrio suspendida por el llamado materno.
El Mundial debe ser el único evento mundial donde el nacionalismo se da cita. Quizás la última expresión de lo nacional en un mundo globalizado. El ritual de la pelota permite que esa comunidad imaginada se nos haga comunidad material. Los himnos patrios, ese ritual que nos recuerda que pertenecemos a un territorio y a una nación, moviliza nuestros afectos. Es una cita de los nacionalismos en forma pacífica. La supremacía de una nación sobre la otra se dirime en la cancha. Y no siempre ganan los poderosos.