Meter un gol es lo máximo. No en vano Néstor Isella, un eximio pateador de penales dijo que hacer un gol sólo es comparable a un orgasmo. Los goles hay que celebrarlo y en estos últimos años, han aparecido variadas formas de realizar ese ceremonia. Cada vez más y sin mucho ingenio, los autores de la máxima emoción de este deporte, se las arreglan para manifestar ese logro.
Corresponde a otros tiempos, a otra estética saltar con el puño en alto tal como lo hacía Pelé. Los de ahora, sabiendo que la televisión va tras sus pasos, despliegan sobre el césped una serie de maniobras destinada a inmortalizar tal o cual gesto. El ingenio, sin embargo, no va más allá del lugar común. Si alguna vez un brasileño bailó samba, a un chileno se le ocurrió bailar cueca después de humillar al arquero. Juan Carlos Letelier era mejor jugando que celebrando. El zapateo en el pasto del Nacional, pasó sin pena ni gloria.
Sacarse la camiseta fue por mucho tiempo la forma más popular. Hasta que por supuesto la Fifa, lo prohibió, tal como obliga a los players a meterse la camiseta dentro del pantalón. La domesticación de los cuerpos. Sólo falta que castigue a los que traspiran. El mundial de los Estados Unidos, le debe Bebeto una forma original de celebrar: acunando al hijo que pronto llegaría. No tardaron los imitadores. Entonces ya no es lo mismo. Nuestro Matador, usa el gesto teológico. Se arrodilla extiende su dedo al cielo, como agradeciendo, como diciendo “Gracias, Señor”. Las piruetas de “Pititore” Cabrera, marcaron una década de saltos ornamentales tanto en primera como en segunda división.
En las polvorientas canchas de Iquique como decía el inolvidable Raúl Duarte, las formas de celebrar el gol eran más clásicas. Se regían por el canon de ese fútbol que trajeron los ingleses en la época del salitre. La flema era su estilo. Los brazos en alto y un breve brinco, y la mirada a la parcialidad que agradecía tanto gozo con un fuerte aplauso. De esa forma habría celebrado sus goles la “Chancha” Avilés, el “Discutido” Arancibia, Julio Robledo en Inglaterra, y tantos otros como Julio Crisosto y Fidel Dávila. El “Changa” era la máxima expresión de la sobriedad. Levantaba sus dos brazos. Nada más. Y lo levantó ciento de veces.
Veo la foto de Fidel Dávila, cuando echa el balón en el arco de Colo-Colo, y todo el puerto, gritó a todo dar ese gol que nos conectaba con lo mejor de nuestra tradición campeonística. Nunca una siesta valió la pena no dormirla.
Alguien me contó que en un clásico entre Arica e Iquique, cuando todo era amateur, y después de un gol de nuestra gente, el artillero, se acercó a la barra ariqueña y le gritó a todo pulmón “Gol de Chile…”. No sólo se había derrotado al eterno rival, sino que además se le cuestionaba su chilenidad. Con este partido empezó la violencia en los estadios. Dedico esta crónica a don Germán Carrera, fiel lector de la revista Estadio, y que sin duda alguna, me hubiera aportado con mejores datos para esta columna.
Publicado el 25 de abril de 2004. La Estrella de Iquique