Esta es la ocasión perfecta para contabilizar nuestros triunfos y nuestras derrotas. Esta es la ocasión perfecta para hablar de uno de los hombres y de los nombres más emblemáticos  no sólo del básquetbol local, sino que nacional e internacional.

Es también el momento, si me lo permiten de ensayar algunas cuestiones relativas a la Tierra de Campeones. Preguntarnos que hizo que fuéramos tan buenos para todos, y que hizo que de esa gloria ya poco quede.

En primer lugar hay que constatar la existencia de una ciudad articulada en torno a los barrios. Este invento de la sociedad civil hizo que la sociabilidad popular y deportiva echara raíces sobre un terreno abonado por el salitre.  Luego el club deportivo hizo el resto. Es decir, aquella institucionalidad fuerte, maciza, creíble que ordenó y planificó la actividad, toda vez que la encantó. Esa es la palabra que el deporte tenía para esos iquiqueños.  Ese encanto desapareció. Era el modo de expresar nuestra identidad. Era la manera de decir somos del Yungay o de Sportiva, del Matadero, del Morro o de Cavancha.  Luego venía la gran síntesis: la selección de Iquique. La celeste, expresaba el sentimiento identitario. Vestir la celeste era el orgullo.

Estoy hablando de un Iquique integrado. Una ciudad cosmopolita en la que los migrantes supieron encontrar su lugar para expresar su solidaridad y sus agradecimientos. El momento en que sin mediar lenguas extrañas o colores de piel diferente, hombres y mujeres cerraron filas en torno a la caleta que caminaba a  ser puerto.  De allí que un croata de apellido Ostoic ingresara a las filas del Chung Hwa un club creado el 2 de marzo de 1932, por la numerosa, activa y solidaria colonia china. ¿Qué hacía un croata, nacido en Rosario de Huara,  con una camiseta con un sol en el pecho? La sociología no puede responder esa pregunta.  Espero que Juan lo haga. El sabe porqué.

Luego, en segundo lugar hay que resaltar la existencia de una ética deportiva fundada en el amor a la camiseta. Es decir, una ética estructurada en torno al orgullo y a la identidad. Un orgullo de vivir en una tierra que sustentó la economía nacional en la época del salitre, una ética sustentada en el protagonismo que Iquique tuvo en la historia nacional.  Desde Prat hasta Godoy pasando por el Tani, indican que en estas tierras y en estos mares la gestas no sólo son militares sino que también deportivas.

Pero también hay en el inconsciente deportivo iquiqueño una vieja querella que aún se nos representa en forma muy rica. Es nuestra relación compleja con el centralismo santiaguino. Es como lo he dicho alguna vez nuestra relación con la Madrastra Santiaguina, que cual Cenicienta, nos hizo trabajar hasta consumirnos. Pero a diferencia del cuento, el príncipe aún no encuentra a a quien ponerle el zapato. De allí que cada cierto tiempo nuestra Madrastra nos envíen zapatos bajo la forma de políticas públicas, funcionario blancos que llegan a ordenar esta ciudad populistas y que se regresan tristes a sus tierras de origenes, y con el populismo más vivo que nunca. Jorge Soria es la mejor expresión de lo que digo.

El básquetbol iquiqueño tiene su época de oro en la década de los 40. En Linares y Talca el año 41 y 42. Pero, ya el año 1932 había sido campeón de Chile en Iquique. Es la época de Ledesma, de Wood, de Bontá y de tantos otros.  Lo del 43 representa ya la tragedia. De nuevo la Esmeralda hundiéndose bajo el espolonazo del Huáscar, vestido con los colores de Valparaíso. Pero en ese cuadro venía jugando ahora Ledesma y Eduardo Cordero.

 

 

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