Este domingo finaliza una nueva versión del campeonato mundial de fútbol. Italia y Francia dirimirán quien es el monarca del “deporte más lindo del mundo” según la expresión de un comentarista de ESPN. El fútbol en cuanto juego sometidos a reglas, y practicado en forma colectiva, se ha convertido en una actividad que rebasa con creces su propia dimensión. A tal extremo que el dinero que produce se compara con la industria de armamentos y con el tráfico de drogas.
La sociología del juego y del deporte es un tema que en Chile poco o nada se conoce. Autores como el holandés J. Huizinga en su clásico libro “Homo Ludens” publicado en 1938, plantea la idea de que los juegos son anteriores a la cultura. Es más, plantea que la cultura proviene de esa actividad. En todo caso y más allá de estar o no de acuerdo con esa tesis, es útil subrayar que los juegos sirven para estimular el ingenio, el refinamiento y la invención, a la vez que enseña la lealtad hacia el adversario y da el ejemplo de una competición en que la rivalidad no va más allá del encuentro. Estas ideas las encontramos en el analista francés Roger Caillois. Lo cierto es que esta manifestación, y en estos todos parecen estar de acuerdo, proviene de las prácticas sagradas. En otras palabras, su data de nacimiento hay que buscarlo en la religión. El origen del fútbol hay que situarlo en la disputa del globo solar por dos grupos antagónicos.
En todo caso el fútbol, sus organizaciones, sobre todo los clubes deportivos, hay que verlo como dispositivos que ayudan a que la gente produzca sociabilidad. En otras palabras es como un cemento que sirve para unir a los ciudadanos. En el norte grande de Chile, el fútbol y sus organizaciones no sólo han servido para cohesionar, sino que también para crear identidad cultural, para afirmar ciertos valores, entre tantas otras consideraciones. En la Universidad Arturo Prat, se han presentado dos tesis de Sociología que ahondan en estos temas. Y han sido investigados por mujeres. Una de ella, Pamela Hernández estudia como el fútbol crea masculinidad. “Ser hombre, ser campeón” enfatiza esta joven colega. Leslie Sánchez, en su estudio sobre el fútbol y la identidad cultural en el barrio Matadero, subraya que gracias a instituciones como el “Unión Matadero”, los matarifes encuentran nuevas formas de agruparse y de generar orgullo.
Este mundial ha permitido ver como en las gradas -la galucha en iquiqueño- hay todo un despliegue, una escenografía de temas culturales. Cada nación ha concurrido, a través de sus hinchas, con una idea de lo que son. En el marco de una cultura globalizada que tiende, según algunos, a uniformar las naciones y a hacer desaparecer sus fronteras, la idea de la nación por lo menos, en términos simbólicos aparece en toda su magnitud. Es sano ver como en el fútbol, al menos en términos simbólicos, ya no se lucha por territorios, sino por la gloria y la distinción. Y no hay muertos.