Si hay un barrio popular que mejor ejemplifica eso de que ya nada es como antes.  Este es el caso de la Plaza Arica. Sus instituciones fundadores han perdido buena parte -por no decir toda- de su eficacia. Su centro ceremonial, la plaza y su kiosco, ya no cumplen la función que en la década de los 60 desempeñó. Está claro, la canción de Los Olimareños, parece haber estado escrita para nosotros: “Viejo, barrio que te vas…”

Construido en el 1900,  este barrio bautizado  como la Plaza Gibraltar en  honor compartido a ingleses y españoles, que centraliza sus actividades y que hoy es la Plaza Arica, se caracterizó siempre por su raigambre popular. Hombres y mujeres humildes que vivían del comercio,  se asentaron  a escasas dos cuadras del Cementerio Nº 1.

Su plaza, al igual que la Prat, por mucho tiempo estuvo cerrada por rejas de fierro forjado, cuyas puertas se abrían y cerraban al alba y al atardecer. En un  galpón cercano, se exhibían películas con contenidos políticos destinado a que los obreros tomaran consciencia de su situación de explotados, según cuenta el periodista Luis Espinoza.  Fue llamada la Plaza Roja por el clero de la época. En los años 30, se convertiría en la Plaza Café en alusión a la construcción de la capilla, y al gran fervor religioso que derivó en la fiesta de La Tirana Chica.

En los años 40, el barrio El Colorado expulsa de sus territorios al Club Deportivo La Cruz, fundado el 9 de septiembre de 1923. Un grupo encabezado por Manuel Silva, lo traslada a la Plaza Arica. Originario del cerro del mismo nombre, los crucianos no tardaron en transformarse en plazaariqueños y viceversa. Las raices coloraínas, pronto se olvidaron, o al menos, se pusieron en remojo.

La Cruz fue hasta la destrucción de su sede social en los años 80, el principal referente  social, deportivo y cultural del barrio, y  de la ciudad. Alternó y se complementó  con la escuela Centenario en eso de formar y crear identidad. Contribuyó al control social y neutralizó muchas de las conductas que hoy llamamos desviadas, como el alcoholismo y la delincuencia. Fue, lo que fueron todos los clubes deportivos de la época, que no se agotaban tan sólo en la práctica deportiva, sino que realizaron una labor educativa que hoy tanto echamos de menos.

Una política deportiva que entienda que el deporte es más que resultados en la cancha, debería invertir en reducir la droga y la apatía, apostando por la revitalización de estas estructuras,  construyendo sedes sociales, reencantando la vida comunitaria, embelleciendo el paisaje barrial, estimulando el deporte amateur como el lugar de la diversión. En este mes, cuando el Club deportivo La Cruz cumple 78 años, vale la pena que “Chile Deporte”, la Ilustre Municipalidad, el Gobierno Regional, se pregunten, qué hace que un club que no teniendo sede social ni ningún tipo de ayuda, siga haciéndole finta al  destino. Si quieren respuestas, pregúntenle a Manuel Silva.