“Dejen ser a Diego”
(Grafiti en un baño)
La postmodernidad anuncia el fin de los meta-discursos globalizante y totalizadores. La historia ya no avanza en una sola dirección ni tiene un sólo adjetivo. Ya no va hacia metas supuestamente mejores: el estado positivo de Comte o la sociedad comunista de Marx. Ya no sólo es occidental, también es local. Los iquiqueños podemos reclamar nuestra propia historia, amén de nuestros propios héroes y villanos.
Diego Armando Maradona, resume a su modo, los dos temas con lo que el siglo veinte parece despedirse: el fútbol y el consumo de drogas como fenómenos universales.
Diego Armando, encaramado en el pedestal de los dioses, y a diferencia de éstos, no supo qué hacer con tanta fama y con tanto sueño al alcance de la mano. Sucumbió al sueño del pibe, en medio de tanta farándula y de tanto espectáculo. Su vida fue una serie de actos fallidos destinados a agradar a los demás, y dejarse sólo un tiempito para sí. Cuando quiso ser él, la diosa blanca le tendió su mano de seda.
Es bien sabido además que la distancia entre el héroe y el villano es más que estrecha. Maradona no es que haya sido héroe y ahora sea villano. El cuerpo de Maradona concentra a ambos. Maradona es el petizo que se transforma en genio dentro de la cancha. Fuera de ella, se pierde ya que no conoce ni reconoce las normas allí consagradas. Lo suyo, el fútbol, tuvo su razón de ser en esa izquierda formidable que finteaba hasta la misma muerte, pero no al control antidopping. Irreverente al poder oficial, amigo de Fidel, Diego Armando cavó su propia fosa con la ayuda de toda la sociedad.
A Maradona hay que entenderlo en su relación de amor/odio con la estructura del poder, con Havelange y Menem entre otros.
Maradona es un ídolo rebelde que jamás aceptó ser el modelo de Pelé, sumiso, negro y ejemplar. Pelé es un ídolo que calza con lo que el poder define como tal. Pelé es el héroe de la modernidad, Maradona el villano de la modernidad. Héroe de la posmodernidad, Diego Armando no trepidó, en sus contradicciones más vitales, por querer parecerse al mito, y en ese andar dio con su objetivo: ser un mito viviente con todo lo que ello implica. Su rostro demacrado, es la del niño, sorprendido en falta.
La moral oficial esa que se construye en el Vaticano y en Washington está dispuesto a beatificar a Pelé pero no a Maradona. Este es incómodo para esas estructuras que definen la moral y el que hacer de todos los mortales.
Maradona enfrentó a un régimen político sumamente autoritario y que ha logrado encumbrar en el centro del poder a Havelange por más de 25 años. La FIFA como régimen político tiene más poder y autoridad que la misma ONU.
Dictamina con el mercado en sus manos, las nuevas leyes para hacer del deporte ya no una ceremonia religiosa, sino un espectáculo para ser engullido por la televisión. En ese esquema los futbolistas, nada tiene que hacer, excepto someterse disciplinadamente a ella. Maradona pudo haber sido la excepción, pero sus excentricidades lo mataron. Frente a la FIFA perdió.