La siesta de los iquiqueños de ayer domingo fue la más triste. Fue una siesta con sabor a derrota. Una siesta que se torna gris por un penal mal ejecutado. Un penal que, como dijo, uno de la galería, le pegó en los cocos a San Pedro. Chiste teológico, pero mal chiste para el que lo ejecutó. Al nieto del Ñato Cortéz, Edson Puch, le ganó la presión y la sangre caliente. Le pesó la celeste, gritó otro hincha enrabiado.

Y no era para menos.

Errar un penal siempre es una posibilidad. La lista es larga e ilustre. Maradona, Caszely, Baggio, por sólo nombrar a unos cuantos. Pero errarlo frente al rival de siempre, es cosa seria.  Se puede perder con todos, menos con nuestros vecinos ariqueños.

Esa tarde que anunciaba siesta plena, en tarde otoño que siempre se carga hacia la primavera, siesta con ecos de una tarde gloriosa en el Tierra de Campeones, siesta con olor a empanadas, se transformó en una siesta a medio morir saltando, siesta con esa imagen de ese balón al cielo, y la gente agarrándose la cabeza, de gente que venía, más de seis mil, a comulgar con la historia de los campeones, gente que se retira vociferando en contra de Sulantay, gente en fin que le cuesta conciliar el sueño… porque seamos claros, no es lo mismo dormirse con el sabor del triunfo que con el de la derrota. Porque seamos claro, fue un empate pero con un olor, como de las empanadas del estadio, a derrota.