Con sendas veladas boxeriles que se llevaron a cabo el 9 y 10 de marzo, la extensa familia del box, despidió  a la Casa del Deportista. Lo del viernes fue un ajuste de cuenta con el pasado. La estética y el rigor de los años 50 estuvieron presentes como dicta el bolero “Parece que fue ayer”. Era el cielo estrellado con tantos campeones de Chile comulgando con la nostalgia. Tuve la suerte de conocer en vivo a Guillermo Vicuña Cisternas (lo conocía por la revista Estadio) y a Juan “Chucheta” Díaz, alternar con el “Oso” Manque, abrazar a Mario Gárate, palmotear al “Yoma” Guerrero, dialogar con Rafael Prieto, bromear con el gran Joaquín Cubillos, darle la mano al “Chita” Silva, y sobre todo admirar una vez más a “Maravilla” Prieto. Lo del viernes, insisto fue un ejercicio de nostalgia. Fue cultivar el jardín de la memoria, añorando un Iquique deportivo que encontró en el box su mejor carta de presentación.

La Casa del Deportista, fue el mejor referente deportivo que tuvo Iquique. Y lo fue  no sólo del deporte, sino que también de lo  social, cultural y político. La vida social del puerto hallaba en este recinto de hormigón armado su mejor caja de resonancia. Escenario de shows musicales como el que protagonizó Salvatore Adamo, la actuación del Circo de Praga, la memorable pelea de “Maravilla” Prieto con Raúl Astorga, hasta el histórico partido de básquetbol que protagonizó el comandante Fidel Castro, vistiendo la camiseta del Iquitados (aunque mejor le hubiera sentado la La Cruz), pero en fin. Sin embargo,  también tuvo días oscuros, como aquel 5 de noviembre de 1966 cuando se clausura por insalubre.

Fueron famosos sus personajes. Arturo Carreño, el más querido de todos que animó con su sentido de humor las  noches del deporte. O aquel cuidador que cariñosamente le decíamos “El Monje Loco” por su parecido a la caricatura  de la revista mexicana. Las noches del básquetbol de verano fueron clásicas. Inolvidable la barra de La Cruz que animó a los crucianos,  con canciones y talla  de la mano del Tony y la “Oveja, el “Loco” Miguel y tantos otros. Fue la mejor barra, la mejor organizada que movilizaba a la Plaza Arica para animar al “Mario Olivares” o al “Santiago White”. 

Sin duda, la Casa del Deportista fue el escenario del box. Y para ello fue construida gracias a la labor del Dr Raúl Sierralta y otros tantos dirigentes. Allí los peloduros tejieron sus sueños de campeones de Chile, lo mínimo a lo que podían aspirar.

El box estuvo asociado a la Banda del Litro, otra referencia indiscutible de esta actividad. Por ello, la noche del sábado fue reconocida por la Asociación Centro que, además venció con holgura  a los peruanos. Pero, el estética del box está incompleta sin refererirse a los personajes que desde la galería resumen la pelea en un par de frases. “Chambeco” fue uno de ellos, y quizás el mejor. En la época del box estudiantil el “Rubio Gómez” fue el cronista de la talla. Como aquella que me contó el campeón latinoamericano Guillermo Vicuña Cisternas. Se enfrentaba el “Tuerto” Astudillo con el “Tuerto” Sánchez, el árbitro era el “Tuerto” Tapia. Era tan mala la pelea, que desde la galucha alguien gritó: “Chucha, la pelea pa’ tuerta”. Con la tallas del box, hay para escribir un libro.  El sábado, la anécdota corrió por cuenta del locutor, quien anunció el enfrentamiento entre iquiqueños y peruanos y que para evitar groserías al interpretarse los himnos nacionales, le pedía al público ponerse de pie, para cantar el… “Himno a Iquique”. Después la canción del adiós y fuera los seconds.