El juego era sencillo como eficiente. En un banco de la plaza, por ejemplo, donde cabían seis, se sentaban ocho. La idea era expulsar al que estaba demás. La expresión ritual que lo acompañaba era “parió la chancha”. La metáfora trasladada desde el mundo rural sintetizaba felizmente el juego. Iquique, era en cierta medida, un mundo rural. Agricultores, ganaderos y pescadores se daban mañas para sobrevivir.

En Iquique, en sus barrios populares, la gente no sólo criaba gallinas, patos o conejos, sino que también chanchos. En esa economía, donde el dinero era escaso, esos animales eran intercambiados. Un tío, vendió un chancho enorme, de nombre José (pero, se pronuncia sin el acento), y con ese dinero se compró la casa de San Martín 1110. Los chanchos no sólo servían para comer, financiaban la compra de bienes raíces.

En el cordón barrial que encerraba la ciudad no sólo habían chanchos, sino que también vacas. Por la avenida Séptimo Oriente, hoy Héroes de la Concepción, los vacunos veían pasar la vida tranquila de ese entonces. La venta de leche era un éxito, y sólo mermaba con la venta de leche de burra. El gringo Yuras, no sólo tenía toros, vacas y bueyes, sino que también poseía finos caballos con los que competía en la hípica iquiqueña.

Iquique era ganadero en la medida de sus posibilidades. La falta de forrajes y de agua limitó el desarrollo de esta actividad. La crisis de los años 30 agudizó el ingenio. El precio de venta de la albacora, a medida que las horas iban pasando bajaba. Y era lo lógico, no había donde congelar esos productos. De igual modo la gente construía artefactos domésticos para ese fin.

Toda esta fauna a la que la gente echaba mano para sobrevivir no sólo sirvió para ponerle nombres a los juegos con la que empieza esta columna. Sirvió además para poner sobrenombres. Desde el clásico “Care pato” o “Care gato” designados así por sus parecidos con esos animales, hasta al narigón que fue bautizado como “Tiburón” o de aquel otro personaje llamado “Guajache”. El “Conejo” Miranda fue el apodo que “la gallá” le puso al gran basquetbolista del Chung Hwa.  El amplio repertorio de sobrenombres estaba en directa relación con la presencia de plumíferos, o animales del mar o de tierra. Lo anterior no quitaba que gracias a la influencia del cine o de la radio, el nombre de algunos animales exóticos terminaran reemplazando al original. Es el caso del “Chita” Silva, campeón nacional de box, o del “Chita” Barrios, hermano del Toni.

Hoy las cosas son diferentes. No se juega a “parir la chancha” y los sobrenombres provienen del mundo de la televisión, de la droga y del fútbol. Las gallinas vienen sin plumas y sin cabezas. Y para comprar una casa no es suficiente un chancho aunque se llame Jose, sin acento.

Publicado en La Estrella de Iquique, 17 de octubre de 2004