Amor/muerte/dios/sexo/culpa/nostalgia/autobiografía, constituyen entre otros, los puntos cardinales -que no siempre son cuatro- de la obra del poeta Pedro Marambio. Sobre esas palabras que no son cualquiera, se construye un edificio sólido donde el poetartesano teje y labra la alfombra que se viste y transforma  en este libro, que no es uno más, en la larga saga de poetas que Clodomiro Castro inaugurará al escribir sobre las pampas salitreras, a fines del sigo XIX.   Aunque hay que precisar. Los aymaras también hicieron poesía, pero no la escribieron, la contaron, que es otra forma de escribir.  Al igual que los andinos, el poeta cría las palabras, como aquellos crian la vida. Lo suyo, es el manejo cuidadoso de las semillas que luego cristalizaran en versos. El ritual de la escritura, precisa de un respeto por ese vehículo por el cual nos comunicamos y a veces, nos incomunicamos. De allí que cada palabra ocupe su lugar preciso. Es poeta, el hombre, pero también artesano, orfebre, relojero  (de los antiguos) agricultor, ceramista. Es todo aquello que se precisa para hacer encajar los sonidos, con tal de no ofender.  Marambio inscribe su nombre sobre la piedra dura de la memoria, donde los apellidos ilustres conviven en la habitación de la diosa poesía.

Esta nueva obra del poeta Marambio está marcado por una natural evolución de su lenguaje. Conduce al lector por redes y laberintos donde la palabra parece agazapada a veces, y en otras se muestra abierta y sin tapujos.  La estructura de los poemas parecen un suspiro, a veces cortos y en otras veces, largo. Aquí el lector no tiene más que acompañar al poeta en su periplo de voces, que demandan y que auscultan y,  que en otras páginas, seducen y encantan. “Ese ojo torvo que sin luz acierta/ y en penumbras cuaja estrellas/ como centellas de omnipotencia/ es lo único que me queda”. Es el testimonio de una carencia, pero es también la constatación de poseer un don, el privilegio de dar con el paisaje. El sexo, juega un rol importante en la poesía que aquí presentamos.  Es algo que tiene olor, y que a menudo es un territorio que colinda con la muerte. Huele a muerte.

Pedro Marambio Vásquez, es un poeta quitado de bulla. Alejado  de los aspavientos y  de la farándula.  Y aunque le parezca raro, con un ego justo y necesario. El yoísmo, esa enfermedad infantil de ciertos  escritores,  no encuentra tierra fértil en ese corazón, que para los amigos, no anda a tientas. Es un poeta descreído que, pese a todo, siempre anda pidiendole cuenta a Dios y a la Virgen. Lo suyo, es el arrebato palabrero contra quien dice nos creó, es decir, el Todopoderoso.  En verso por medio, Marambio lo expulsa de su obra, pero le da la bienvenida en su poesía.  Después de todo lo sigue llamando “Mi Señor”.  También le concede un lugar de importancia a la muerte. Verso por medio, aparece la parca, habitando las vocales y consonantes de este nuevo libro que nos ofrece el poeta.

El poeta Marambio, o más bien dicho, mi amigo Pedro, logra con este libro darle una vuelta más a la vida, tropezar a cada rato con Dios, enredarse con los deseos, clamar por un mejor pasado, sucumbir a la madrugada y por sobre todo, ayudarnos a entender que entre la belleza y   la muerte, hay puentes que hay que atravesar.

Publicado en La Estrella de Iquique, el  26 de febrero de  2003