En tiempos de nostalgia la memoria goza de buena salud. Por doquier se alzan sus territorios. Pero no se trata de una memoria orgánica y compacta que logra en un sólo instrumento dar cuenta de lo que fuimos. Eso es casi imposible.

En nuestra ciudad, frágiles de memoria, la tenemos además fragmentada. En ciertas esquinas se venden retazos de nuestra historia: papeles, libros, facturas y una cantidad de fotografías que dan cuenta de un Iquique que ya no existe. Lo que llama la atención de todo esto, es la extraordinaria demanda que estos materiales tienen sobre una población, que ve en estos materiales, una suerte de puente con un pasado (de auge y de crisis) que lo conectan con una identidad, que no ven hacia el futuro. La calle Bolívar, la del Correo, es nuestra calle de la memoria. Cientos de papeles dan cuenta de la activa vida económica del puerto. Utensilios, como botellas de refrescos, balanzas y diarios antiguos, simbolizan un pasado cosmopolita anclado en el 1900. La memoria que es también sonora, material, oral, escrita nos señala de donde venimos.

La memoria es, como de dice ahora, un dispositivo que no sólo almacena, sino que también selecciona y sobre todo proyecta, pero no sólo hacia el futuro sino quien también al pasado. En el vasto oasis de la memoria los planos temporales parecen desafiarse. ¿Cuándo fue el primer partido de fútbol que se jugó en Iquique? ¿Cuál es la pelea más emblemática de “Maravilla” Prieto, etc. O bien: ¿La Monvel en que calle de Iquique nació?. ¿Cuándo fue el último partido que se jugó en el estadio antiguo, hoy bodega municipal?. 

Como aconsejan los estudios culturales, el pasado es reiventado. Uno es lo que recuerda.  No está allá cautivo en los años que ya se los devoró el calendario.  Sino que se va actualizando. Cuando vemos una fotografía de la Plaza Prat, nos transportamos a ese lugar tropical y alegre donde la sociabilidad local estiraba sus piernas y sus status.  Y de paso la comparamos con esa “Oda al hormigón armado” que es el lugar, que se puede definir como un no-lugar. Es decir, como algo desprovisto de pasado, con el cual  nos relacionamos a través del desprecio y de la rabia. Como diría Borges: “No nos une el amor, sino el espanto…”.

Nostalgia y memoria no son la misma cosa, pero se auxilian mutuamente. La primera son recuerdos seleccionados inconscientemente que nos llevan a expresar la máxima “Todo tiempo pasado fue mejor”. La memoria, es el sustrato por donde se teje lo vivido. Se oculta lo malo y se da rienda suelta a lo que se creyó bueno. No en vano Los Chalchaleros cantan “Tiempo feliz,  el de la niñez, yo no sé porque pasará”, como desafiando a Freud.  No es casual que en nuestra ciudad hayan tanto programas del recuerdos. Y que dos emisoras tengan una programación exclusiva con recuerdos de los años 60; época que en Iquique se vivía la crisis como nunca. Paul Anka cantaba su “Diana” mientras las banderas negras flameaban como siempre. Lo cierto es que le tenemos un miedo terrible al día de mañana.