Fue la literatura la que con mayor persistencia se preocupó de dar a conocer la masacre del 21 de diciembre de 1907. Después de los testimonios publicados en 1908, en el mes de febrero, por Leoncio Marín y luego por Vera y Riquelme “Los mártires de Tarapacá”, la poesía de Francisco Pezoa registró el hecho. Uno de los personajes, creado por Luis González Zenteno, la Timona, en su novela Los Pampinos, muestra en su cuerpo, la señales de la matanza:“-Mirad: esta es la herencia de la Escuela Santa María. Cicatrices. ¿Hechas por quién? Por ellos, por los bárbaros, que se llenan la boca con el honor y el patriotismo”.
En la novela de Nicomedes Guzmán, La luz viene del mar, Ceferino López, recuerda así la matanza: “El crimen se llevó a cabo casi en media tarde. Los hombres sabiendo que se les engañaba, exasperándolos a fuerza de esperas inútiles, declararon su voluntad inamovible de no abandonar la escuela…Entonces, comenzó el tiroteo… Los fusileros de “La Esmeralda”, obedeciendo las órdenes superiores, echaron por tierra a cientos de hombres… Fue una matanza impiadosa, que nuestra historia no registra, por lo feroz, seguramente… La historia no hace comúnmente sino elogiar la acción militar… Registrar una cosa tan espantosa como la que les cuento es ir en contra de las costumbres y negar todos los obligados elogios… Se dice que murieron más de dos mil obreros… ¡Sangre que nos pertenece derramada friamente!… ¿Estábamos sin defensa, no podíamos hacerles frente!…¡Lo de siempre!… La sentencia bíblica de ganar el pan con el sudor de la frente se ha cumplido en Chile mediante heroísmo mojados con sangre… Ustedes, compañeros, vieron recién la vieja tumba… Allí están los huesos de nuestros camaradas. Yo conocí a muchos de ellos… Pueden haber sido diez, cien, mil o más… La cantidad no cuenta, sino el hecho… ¿Esto es: lo tremendo es el hecho!…”. En esa novela ambientada en el barrio El Colorado, el autor cuestiona el sello militarista de nuestra historia. No hay que olvidar la novela “Semilla en la arena” de Volodia Teitelboim quien también traza un cuadro revelador de lo lo que ocurrió en nuestra ciudad.
Años antes, en 1903, la obra silenciada de Juanito Zola, “Tarapacá” señala las condiciones que en el 1907 desatarían la tragedia. La lectura de esta obra literaria, permite entender el porqué de la huelga. Las peticiones que los obreros en la novela ya citada, dirigidos por Juan Pérez, son las mismas que José Briggs y sus acompañantes elevarían como demandas a sus patrones. El modo en que Juanito Zola resuelve el conflicto tiene que ver con las experiencias vividas en Inglaterra. En otras palabras, los obreros de la novela “Tarapacá”, ven en la máquina el objeto de sus penurias. Por ello, que se toman las salitreras y las queman. “Que no se derrame ninguna gota de sangre” exclama Juan Pérez, guardando la bandera nacional. En tiempo de amnesia, conviene leer la novela “Tarapacá” recientemente editada.