Cada vez es más urgente rescatar la literatura regional, sobre todo aquella que surgió en el llamado ciclo salitrero. Y esa tarea no sólo es por curiosidad estetica, sino que también por la información que nos entrega. Es el caso del libro Crónicas Pampinas del cual nos ocupamos hoy.
Augusto Rojas Núñez publicó en la Imprenta El Cóndor de Iquique, en el año 1936, las Crónicas Pampinas, dedicadas a modo de ofrenda a don Luis Advis Lobos.
En este libro, Rojas, sin ninguna pretensión literaria, entrega el retrato de personajes que habitaron la pampa, desde los tiempos del Perú hasta la ocupación chilena. Son hombres que se caracterizaban por la posesión de alguna virtud, como la fuerza, la maldad o bien por la posesión de un apetito descomunal.
El taita Faúndez, de la Oficina Soledad que tenía una fuerza más allá de lo común; el Mula, Eudoro Torres y José Pálem, Victorino Ovalle, Nicanor Díaz, todos émulos de Sansón o de Ursus. Otros bravos en el arte del cuchillo como aquellos que se tranzaron a duelos: Ño Arañita y Panchito Herrera. El primero argentino, el segundo chileno. Otro león para el cuchillo, según Rojas, fue Bernabé Ojeda, que al igual que Don Nico fundaban el respeto mostrando, sin aspavientos, la delgada y puntuda pluma de plata. Este último, paseó su fama por las guaneras de Chanabaya y Pabellón de Pica. Un guapo excepcional fue un tal Farías, chileno casado con una peruana, y que por lo mismo, pasó toda la guerra oculto en la pampa y en las covaderas. Dice el autor que en la cima de un cerro en Chanabaya, hay una cruz con un epitafio que dice «Aquí yacen los despojos del sin igual Mascarreño, a quien se le supieron 107 muertos».
En el año 1885, por el Cantón de La Noria, arribó un loco, al cual se le apodó el Caracolino. Era un negro de origen africano, a lo mejor peruano, que jamás conoció los zapatos. Su empleo era llevar los canastos desde la pulpería a las casas. Pero, lo que mejor hacía era bailar y cantar. Lo insólito era que siempre cantaba lo mismo: «Pobre negrito/ Que triste está/ Trabaja mucho/ Y no gana ná/ Ara cacá/ Ara cacá». Otro famoso loco fue Federico Chávez. A este el humor popular le hizo creer que podía volar. Lo cubrieron de plumas, le simularon alas y colas. Puesto en la loma de un cerro, a la orden de un improvisado aviador, se echo a volar. Obviamente que cayó de bruces y rodó por la ladera. A pesar de la insistencia de los demás, Federico, en medio de su locura, se dio cuenta que tal empresa no era para hombres.
El libro de Rojas igualmente detalla la vida de otros personajes más: bardos, veteranos de la guerra, excéntricos, pordioseros, etc. En el 1900 Iquique se destacaba entre otras cosas, por el alto índice de dementes que albergaba. Al consabido Tierra de Campeones, a lo mejor habría que añadirle Tierra de Orates. No estamos lejos de la realidad.