El año se nos fue y nos dejó una ausencia. Una estaca clavada en pleno territorio del campeonismo iquiqueño. Adrián Rivas Acevedo, tambor mayor, jugador de Naval, presidente del Unión Matadero, y luego cabeza y corazón del Consejo Local de Deportes, se marchó. Guardó sus pertrechos, repasó los momentos dulces y no tan dulces de esta ciudad que quiso tanto, hizo el arqueo de sus deberes y de sus haberes, y cerró sus ojos. Un pito al final de la vida se escuchó y ya. A descansar.
Sobre su cajón, una bandera del club de sus amores, el Unión Matadero, roja como la sangre que circula por los cuerpos. Faltó eso si, la otra que tanto amó, la amarilla negra de La Cruz; después de todo, eran los clubes de su barrio. Y no era infiel. Es que el barrio no se deja amaestrar por una sola lealtad. Hay varias, pero circunscritas a sus fronteras. Y él que rompe con esos códigos, igual es bienvenido.
Pasó por la Centenario y cantó el himno Chino, y luego al Liceo. De allí a la Armada. Se hizo como decía mi padre “pastilla de menta”. Bajo el ejemplo y la pedagogía de “Paquetón” Rivera se convirtió en tambor mayor de esa rama de la fuerza armada. Y es que tenía estatura y garbo para tal honor. Amisté con él en los 90. Y era que no. Mi infancia tuvo que ver con ese señor inmenso que cubría con su paso y su saludo, la calle Arturo Fernández.
Don Adrián le decían sus lejanos. Adrián a secas les decíamos sus cercanos. Su vida como dirigente estuvo tensada entre el Iquique de ayer y el Iquique de hoy. Aquel que se movía en la ética del desprendimiento, y el de hoy que se mueve por el sonido de las monedas. Y los estandartes que lo saludaban en su velorio eran aquellos de los tiempos de Julio Vernal, de Zuzulich, de Salinas, del “Mono” Sola, por sólo nombrar a buenos arqueros. De clubes que se niegan a partir como Adrián. Y muchos, le deben mucho, a este inmenso hombre que con su sola presencia llenaba las esquinas de Tarapacá donde alguna vez estuvo la Casa del Deportista.
Rivas perteneció y sigue perteneciendo a ese grupo de hombres y de mujeres, que caben bajo la categoría de dirigentes. Aquellos que entregan buena parte de su vida al servicio público. Y por lo mismo, muchas veces son incomprendidos. En cada barrio hay más de uno. En el Morro, “Perico” Espinoza, por ejemplo. Pero tienen su minuto de gloria. Y Adrián tuvo más de uno. La escuela de esos dirigentes tiene como sede social a esta ciudad que cultivó por muchos años la mejor seña de su identidad, el campeonismo. A veces olvidamos, que sin hombres como el que se nos fue, poco o nada hubiéramos sido.
No va ser fácil reemplazar a Adrián. Después de todo impuso un estilo que va a ser difícil de superar. Pero, ya lo sabemos, las instituciones deportivas tienen una sabiduría aprendida con el paso de los años. Y éstos, animados por el recuerdo de Díaz Acevedo, sabrán encontrar el punto de continuidad entre el pasado, el presente y el futuro. Los crucianos, al igual que todos los deportistas iquiqueños estamos de duelo. Sirva esta nota como una ofrenda para el amigo que se nos fue.
Inédito