Diana

 

Se murió Flavio como él quiso. Me llamó la atención el slogan de su campaña. No quería morirse en la cama sino trabajando por Iquique. Y lo cumplió. En mi infancia lo veía en el Diana, ofertando manjares para la época. Era una fiesta, cada fin de mes, gozar de dulces y de un aroma que aún queda alojado en eso que llaman nostalgia. Luego los años 80, el Departamento de Laicos y el Comité Permanente de Solidaridad y una larga marcha hacia la conquista de la democracia, que aún no termina. Su compromiso con los derechos humanos lo marca como un ciudadano que no hay que olvidar. Me gustaría, por ejemplo, que el Pasaje Alessandri, llevara su nombre.

Su porte desgarbado y su caminar como de a medio lado, era una marca de este paisaje urbano que empezó a cambiar cuando el Diana, sin decir agua va, cerró sus puertas. Que levante la mano aquel que no hizo perro muerto en ese local de Vivar con Sargento Aldea.

A mi entender Flavio era un humanista de esos clásicos que adoraba el latín, que leía a Homero y a Baudelaire. Estudió teología no sólo para entender los misterios de la divina providencia, sino que también para traer a la tierra la promesa de los reinos del cielo. Leyó la Suma Teológica de Santos Tomás, pero también la Teología de la Liberación de Gustavo Gutiérrez. Creía en el Jesús hijo de Dios pero también en el Jesús Histórico. No era su amigo/amigo, pero intuyo que leía poesía de Ernesto Cardenal.

Flavio era además una síntesis de lo que es el iquiqueño. Sus raíces italianas y locales simbolizan lo que todos somos: mezcla de diversas fuentes. Pero a la hora de la lealtad siempre prefirió Cavancha a su tierra que lo expulsó cuando apenas era un joven. Con Rodolfo Andaur, y nuestro modo en “Iquique imágenes de memoria”, lo inmortalizamos en una foto con su hermano y como telón de fondo El Diana.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 30 de septiembre de 2012, página 21