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Era de La Cruz y del Unión Matadero. Era del barrio norte de la ciudad. Transitó entre el Matadero y la Plaza Arica, fue colectivero, sereno, comerciante y jubilado. Pero más que eso fue un viejo choro. Un viejo de esos que la sonrisa le caía como anillo al dedo. De esos que la talla le funcionaba como una llave perfecta para abrir cualquier rostro hermético.  Tenía la gracia de ser amigo de la gente más joven que él. Era como se dice hoy, un viejo transversal.

Digo era, por que el viejo se nos fue. Su muerte parecía anunciada. Si quijotesca figura, flaco como el día lunes, ya no nos acompañará más. Su nombre Orlando Véliz, su apodo “Galleta”. Para ser más preciso, el “viejo Galleta” o el “flaco Véliz”. Medio campista del Unión Matadero y alero de La Cruz, siempre jugó al filo de reglamento. Era un viejo guapo. Sobre sus espaldas el 6, el número del quite y del pase. Con los hermanos Silva, “Chilalo” Marambio y lo mejor del barrio norte paseó su guapeza. Y eso que era flaco como una galleta.

Figura clave en las mañanas de la calle Tarapacá frente a la Casa Bata, junto a los otros viejos de Iquique, se las arreglaban para congelar el tiempo en que la ciudad era amable. “Te acordai…” y la conversa fluía a todo lo que daba el recuerdo. “¿Cuándo jugó Iquique contra Estudiantes de la Plata?”. El viejo era porfiado –y que viejo no lo es- se sentaba en el macho y de ahí nadie lo sacaba. Zanjaba la discusión con una gran risotada. Le decíamos suegro, viejo tal  por cual, y todo con un cariño inmenso.

Lo tuvimos con nosotros el 9 de septiembre, día fundacional de La Cruz, lo sentamos junto a otros tres viejos claves en un sitial de honor. Le dejamos un recuerdo de los colores amarillo y negro que tanto quiso. El viejo iba a todas. Lo llegué a querer como se quieren a los viejos del barrio. Era un maestro de la calle y de la esquina. Con su camisa manga corta y su delgadez era inconfundible. ¿Quién y por qué le pusieron Galleta? A lo mejor porque en el fondo era un niño. Con esa sonrisa y esas ganas eterna de bromear. Si se reía hasta de la muerte, y sobre todo parodiaba con la suya. A lo mejor por que era flaco como una galleta. El mito local ya estará tejiendo las más variadas interpretaciones al respecto.

El viejo galleta era de ese Iquique que se nos va, como se nos va la ciudad.

Cada vez que se nos va un cruciano, o sea, un iquiqueño sentimos que nos vamos quedando más solos. Pero eso no es tan cierto, los nietos y nietas de este viejo mentiroso, cuidaran ese jardín que se llama memoria. Nosotros, cada vez que vayamos al cementerio, cada vez en forma más frecuente, compraremos otro ramo de flores para decirle  “aquí estamos”.

Publicado en La Estrella de Iquique, 3 de diciembre de 2006. Página A- 13