Una horrible explosión despertó a los pampinos una noche del mes de mayo. Como una bengala pero con la fuerza y la destrucción de un tiro que abre la tierra, volaron por esa noche los restos de un obrero.
Afirmaron que se mató por amor; que no soportó la soledad; o que nunca se acostumbró a la vida de la pampa. Había estado bebiendo con sus amigos el día entero. Regresó a su pieza en la oficina San Enrique. Tomó un cartucho de dinamita y se lo metió en un bolsillo. Tuvo la precaución de usar una mecha larga, tan larga que le diera tiempo para alejarse de las humildes casas que otros pampinos compartían en un ambiente de miseria. Lo demás lo narra la prensa iquiqueña de esta manera: «Un horrible suicidio en la pampa». Y entrega detalles:
“El obrero Urbano Pérez Porras, de la oficina San Enrique, con un paquete de dinamita colocado en un bolsillo del paletó se despidió de los trabajadores antes de volar en fragmentos”. Era el año 1927.
Lo anterior no era extraordinario. Muchos hombres y mujeres optaron por el suicidio en la pampa salitrera. Sus restos, tal cual el de Urbano Pérez, quedaron diseminados en el desierto nortino. Del que narramos sabemos sus nombres y apellidos. Pero de muchos otros, nada. Las cruces que testimonian sus recuerdos han desaparecido. Lo mismo que las pequeñas casas, construidas de latas, que albergaban la memoria del finado, se las llevó el tiempo y la ambición de los coleccionistas de recuerdos salitreros. O bien, la actual expansión minera, las arrolló en nombre del desarrollo. Algo similar ocurrirá con la animitas que se ubican a la salida de Iquique, rumbo a la Panamericana. Hay un proyecto de una concesionaria para “re-establecerlas”.
La pampa hubo que inventarla. Se le tuvo que dotar de significados que antes carecía. No era sólo eso, era fuente de riqueza y de explotación. Allí cayeron exhaustos los soldados de la guerra del Pacífico, y qué decir de los pampinos. Urbano Pérez Porras, fue uno de ello. Esas muertes ayudaron a humanizar nuestro desierto.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 24 de julio de 2012, página 25