Waldemar Delucci

Habían varias maneras de acercarse a ese personaje que fue Waldemar Delucchi; varios modos de aprehender parte de ese niño que se refugiaba en ese gran cuerpo que llegó a tener.  Pertenecía a ese grupo de iquiqueños que en los años 60 partieron a bordo del “longino” a estudiar a Concepción. Coterráneos nuestros que cantan incluso el himno de la universidad de esa ciudad. Un grupo de muchachos que rápidamente se hicieron conocido en esas tierras australes por que al lugar que iban hacía notar que eran del puerto heroico del norte grande. Los delataba su enemistad con la lluvia. Los denunciaba su acento y el uso de palabras que en esos lares no se pronuncian. En este espacio tampoco. Son palabrotas que los nacidos aquí conocemos muy bien su etiología. Waldemar era como una especie de viejo tronco, había que penetrar esas duras cortezas para dar, insisto, con ese niño, que habitaba en él.

A Waldemar lo conocí en los años de la dictadura. Años en que los amigos para ser tales debían ser probados por el test de la blancura, de la complicidad, de la lealtad. Luego en la Universidad Arturo Prat lo conocí más de cerca, como que nos tropezábamos en esas pequeñas oficinas de maderas que ya no quedan en la Unap. Por esa campo se movilizaba dictando su cátedra de Derechos Humanos.

Aún guardo en mis archivos de los campeones, una foto de Waldemar con 14 o 15 años. De traje baño y respirando triunfante. Fue un nadador de esos que llaman buenos. Y de esos que se hacía a la mar (en femenino) y solía llegar desde del club de Yates a las cercanías de la Boya.  Me costó imaginar como ese tremendo hombre que era hasta ayer, había sido ese niño que me esmero en recalcar. Pero ahí está ese foto. El original me  encargué de devolvérselo.

La última vez lo ví frente a lo que fue su casa, en calle Baquedano. Allí de nuevo el inmenso Waldemar volvía a su infancia. Se hacía acompañar de un diminuto perro que le movía la cola y le ladraba como diciéndole aquí estoy yo para defenderte.  Luego, el silencio, no le volví a ver nunca más. Hasta que el domingo la prensa que en estos casos es objetiva, informa que el Waldemar ya no estará más en su Iquique querido. Lo que es un decir, ya que estará para siempre en esas calles y en esas aguas que lo vieron crecer.

Otra forma de conocer a Waldemar era a través de sus chistes. Era un maestro. Pero hay otra dimensión que es la que conocí,  a trazos, a borbotones. Escribía y lo hacía muy bien. Me dedicó un par de páginas, hermosas, exageradas, pero nobles y tiernas. Y lo hizo a título de nada, o a lo mejor, porque habíamos compartido historia, calles y mares, quizás no en el mismo momento, pero si en las mismas aguas,  en las mismas calles y en las mismas historias.  Ya lo sabemos en Iquique, las calles, la historia, las aguas suelen ser la mismas. Heráclito no era iquiqueño.

 

Publicado en La Estrella de Iquique, el 11 de abril de 2010. Página A-13