Conocemos las ciudades, no siempre porque hemos estado en ellas. Se nos familiarizan por las canciones que hablan de sus atributos y de sus defectos. A Buenos Aires, la conocía por los cientos de canciones que mi padre, en su vieja radio, escuchaba los domingo por la mañana. Por la tarde el dial era del fútbol.  Conozco Nueva York por Frank Sinatra, y San Juan de Puerto Rico se me hace querido gracias a la voz de Javier Solís.

Hay muchas canciones de esas que se llaman populares que tienen como telón de fondo o bien como eje central  la ciudad. Sin tener a mano un catastro de todas, se me viene a la memoria “Venecia sin ti” de Charles Aznavour. En ese texto,  la ciudad aparece como escenario que busca a un enamorado solitario que está profundamente emocionado recordando el ayer, cuando la ciudad toda le hablaba…  Al otro extremo, no sólo geográfico sino que también temático,  Carlos Gardel en “Mi Buenos Aires querido” transforma el territorio en nostalgia. La misma que viajeros y exiliados construyen lejos de casa. Los chilenos del exilio, encontraron en “Valparaíso” de Osvaldo “Gitano” Rodríguez, el equivalente de la canción del Zorzal Criollo.  Pero  la composición del porteño nuestro, siempre tuvo en el vals de Víctor Acosta su mejor competidor o si se quiere, complemento. La voz del peruano Lucho Barríos, en una noche en Ámsterdam, hermanó a lo dos puertos chilenos cuando cantó “Valparaíso” y el vals “Iquique” escrito por el boliviano Gilberto Rojas.  No habrá penas ni olvido, tampoco perdón.

Conocemos a Mejillones por la canción que Gamelín Guerra escribiera y que Fernando Trujillo y Jorge Abril interpretarán. “En Mejillones yo tuve un amor, hoy no lo puedo encontrar, quizás en esa playa, esperándome estará, es una linda rubiecita, ojos de verde mar,  me dio un beso un día y se fue, no volvió más”. Manuel Zamora, sociólogo, dice que en ese fox trot, están las claves para entender la ciudad. La rubia es el Estado Central.

El Madrid de Sabina es una estampa de una ciudad del reventón y del carrete. De esa  que se construye de noche y de espalda al museo del Prado (“Los pájaros van al siquiatra”). Valdivia, aparte de ese río donde se baña la luna, que es el Calle Calle, encuentra en la canción de Schwenke y Nilo, un  retrato preciso de los años 60: “Mi ciudad cedió ante la muerte”. “Valdivia en la niebla” de Patricio Manns, nos habla de ésa desde un bote en la noche: “Me cansa mirar el agua porque están tus ojos dentro”.

El Santiago de Chile de Silvio, es quizás una etnografía, una de las más tristes de esa ciudad, en los días posteriores al 11 de septiembre: “Aquella ciudad acorralada con símbolos de invierno”.  Pablo Milanés, imagina el futuro del Santiago ensangrentado, en una vieja plaza liberada. Santiago del Nuevo Extremo le cantó a la capital con un tono más bien sombrío y comprobando lo que todo el mundo sabía” “En mi ciudad murió un día, el sol de primavera”. Esas tres canciones sirvieron para resistir.

Héctor Lavoe, ensalza a su ciudad, Ponce, en Puerto Rico en una canción que nombra a hombres y mujeres. Canta: “Ciudad de ciudades” tal como él lo fue: “El cantante de los cantantes”. Un clásico cantinero de Noel Estrada, En mi viejo San Juan. La voz de Javier Solís, nos sacude con ese pena de no volver a la tierra de los orígenes: “Pero el tiempo pasó y el destino burló, mi terrible nostalgia.  Y no pude volver al San Juan que yo amé, pedacito de patria.  Mi cabello blanqueó, ya mi vida se va – ya la muerte me llama,  Y no quiero morir alejado de ti Puerto Rico del alma”. Los Iracundos, uruguayos ellos, inmortalizaron a Puerto Montt en una canción pegajosa que terminó convirtiéndose en  himno: “Mil violines en su voz…”. Julio Jaramillo inmortaliza a su querida Guayaquil en señal de agradecimiento: sobre todo “en las noches con fulgores”. Chabuca Granda nos lleva por Lima, “mientras airosa caminaba la flor de la canela”.

 

 

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