EL OFICIO DE CANTOR FACUNDO CABRAL

 

 

En los años 70 una canción empezó a transitar el camino a la inmortalidad. Se llama “No soy de aquí, no soy de allá”. Un manifiesto acerca de la libertad y del rol del peregrino/trovador que siempre vuelve a casa, para luego volver a echarse a andar. La narrativa poética de Facundo Cabral, sobre todo a partir de los años 80, está marcado por el viaje, pero no por la huida.  Historias personales lo empujaron al vagabundeo en búsqueda de respuestas. En la mencionada canción dice: “Me gusta, el buen cigarro y las malas señoras”. O bien: “Ser feliz es mi color de identidad”.

En los 80, su obra circula por cassettes, a menudos más grabados. “Ferro Cabral”, “Entre Dios y el Diablo”, “Cabralgando”, “Pateando Tachos”, entre muchos otros más.  Minimalista en el escenario, le basta su guitarra y una armónica. Lo demás se lo daba su extraordinaria presencia, su voz, su vozarrón.

El humor, la ironía, la crítica social, sobre todo a los poderosos, a los ricos y a la iglesia marcaron su puesta en escena. Sus versos están inundado de citas de Walt Wittman, a Borges, a Gandi, entre otros personajes más, como San Agustín. Pero su mayor fuente de inspiración le estaba dado por su vida en la calle, al lado de prostitutas y de vagabundos. Uno de ellos, según su propia confesión, en su natal Tandil, lo llevó a preguntarse por el destino del ser humano.

Creyente en Dios, en Jesús, no necesitaba de la iglesia y de sus intermediarios para hablar con él. El cristianismo primitivo, el de las catacumbas lo inspiraba. Ante un eventual diálogo con el Papa, le diría: “Qué estás haciendo aquí dentro, los pobres están afuera”. Cuestionó la alianza de la Iglesia con la dictadura argentina.  Su sentido del humor es radical, corrosivo. La risa a favor de los más pobres. “Los porteros son pequeños milicos” afirma en uno de sus recitales.  El culo de una muchacha vende más que las ideas de Borges o algo parecido, agrega.  Es la sociedad de los 80 que gracias al modelo neoliberal pavimenta el camino de las desgracias que vivimos hoy, como el lucro en la educación.

Cabral, es un intérprete de la sociedad latinoamericana de los 80. En sus versos y en sus prédicas cuestiona las ideas del bien y del mal, como una forma de controlar a la gente.  Lo mataron en una madrugada cualquiera. Tal vez fue la forma que imaginó. Creía en la libre determinación, y en esos sinuosos caminos que el azar le tendría señalado. ¿Quién sabe?  A Jesús lo recreó bajo la forma de un vagabundo. Su abuela, vestida de blanco, cantaba todo el día, en medio de una sociedad de amargados.  La locura, como la de Moisés, entre otros más, lo animó a cantar y a contar su visión del mundo. Los sicarios que lo mataron, han sembrado una nueva semilla. Muere Cabral, pero nace la leyenda.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 17 de julio de 2011, página A-9