Si antes los jóvenes que usaban gomina y se acostaban temprano se acompañaban de un palo de escoba que imitaba una guitarra para cantar los temas de Neil Seidaka o Paul Anka, los de ahora que no usan gomina y llegan a las fiestas a las una de la mañana, tienen en el karaoke el instrumento perfecto para hacer de las suyas y no dejar dormir al vecindario.
El karaoke es un invento japonés. Se llama así por la unión de dos palabras japoneses. Kara que viene del karappo que quiere decir vacío, y oke, que significa orquesta. Literalmente karaoke significa orquesta vacía. Se dice que nació hace treinta años en la ciudad de Kobe, una de las tres mayores ciudades de Kansai, en Japón. Otros dicen que antes que la televisión irrumpiera en forma masiva, en los Estados Unidos, ya había existido algo parecido. Sea como sea, en Iquique, este invento se ha apoderado de la diversión local.
En varios locales nocturnos, no olvidando que en Iquique los días son cortos y las noches largas, se popularizó este artefacto. A través de la Zona Franca, el consumo privado se ha masificado. El resto lo pone Tacna de donde provienen los discos, por lo general pirateados.
El karaoke es la oportunidad que tienen los miles de cantantes que, por múltiples razones se vieron forzados a no hacerlo, de demostrar sus cualidades que ningún profesor de música o manager, pudo descubrir a tiempo. Es la oportunidad además que tienen aquellos, que la naturaleza los privó del buen cantar, pero que con algunos tragos de más, y con el pudor por el suelo, demuestran porque la cosas son como son.
Con el karaoke, la noche iquiqueña se llena de imitadores de Favio, Sandro, Camilo Sesto, Leo Dan y Javier Solís, por solo nombrar algunos de los tantos que le otorgan a los parroquianos la posibilidad de ser Roberto Carlos, por una noche.
Al inventar el karaoke los japoneses una vez más le dieron en el clavo. La noche iquiqueña tan generosa como culpable, le abre sus puertas a esta orquesta vacía donde las letras de las canciones caminan por la pantalla del televisor.
El karaoke es el simulacro absoluto, la ficción realizada y la posibilidad cierta de vez en cuando, de ser lo que no es y que se aspira a ser. En otras palabras, la real posibilidad de ser un rato Camilo Sesto gritando desaforadamente por la “Melina”. Un taxista karaokiano, me decía suelto de cuerpo, que en su casa todos los sábados este máquina hacía la felicidad de su familia. Al preguntarle por los vecinos, afirmó que ellos y los niños eran los más felices, ya que la música une a los pueblos. Todo ello mientras le hacía la segunda voz a Leo Dan cuando el argentino canta “que dolor que sentimos cuando a veces el amor…”.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 27 de febrero de 2005, página A-9