Sabina es iquiqueño y de eso no me cabe la menor duda. Pero para ello hay que evitar pensar que el lugar de nacimiento es la tierra. No. Son las palabras como el mismo se encarga de decirlo con esa voz áspera de las «Mentiras Piadosas». Sabina es iquiqueño. Aprendió con los hermanos Prieto, Antonio y Joaquín, a rasgar esa guitarra con la que hoy canta sus 19 días y 500 noches. «La Novia» aquella canción que también puede ser usada para enseñar español, lo rumbeó a ese oficio que tanto se le agradece.
Sabina aunque no conozca Iquique es iquiqueño. Ciudad llena de calles melancolía y de malas compañías. Ciudad de macarras con ceñidos pantalones, ciudad de chicas de Almodóvar, ciudad de pongamos que hablo de Iquique, ciudad de conductores suicidas, ciudad en la que se puede escribir la canción más bella del mundo, ciudad que no tiene chimeneas, pero si orillas.
En Iquique y para Chile nació el amor a Sabina. La historia es corta, señores y señoras, un viaje a Arica en bus, cuatro horas atravesando el desierto, viendo como sus costras dejan ver el sufrimiento de ese pampino que murió acribillado un 21 de diciembre de 1907, un par de fonos en las orejas, un casete color verde, made in Taiwán, marca Smart, de noventa minutos, echado al bolso rojo, y dentro un tesoro que me iría a acompañar por todos estos años, siempre y cuando el cabrón de Sabina no le de por escribir el mejor álbum de su vida y nos deje a todos botados. Lo que no sabe el huevas, es que cada entrega es lo mejor de lo que hace. Retomo, suena la casete, y se escucha al Marqués de Sade sodomizando a una monja del Sagrado Corazón, las mujeres que aunque mienten dicen la verdad, la canción del tranvía que nunca pasa, el amigo de las causas perdidas por ese monumental Aute. Nunca el desierto de Tarapacá me pareció tan especial. En ese disco estaba además la advertencia, ¡Hey Sabina ten cuidado con la nicotina! Tragaba el bus los kilómetros de esa geografía tan nuestra, y en mis oídos zumbaban lo que siempre quería escuchar. El Maestro, el cabrón, el flaco me había robado mis versos, eso que nunca pude escribir, pero que de igual forma sentía que eran míos. Será por que no tengo más religión que un cuerpo de mujer. Será porque también pongo un circo y me crecen los enanos. Será porque en Iquique los bares nunca a están a punto de cerrar.
¡Cuántas veces me creí el actor de “La Huida”! ¡Cuántas veces, me quedé sin ordenador y sin corazón! ¡Cuántas veces me llevaron tus caderas y no tu corazón! ¡Cuántas veces, no sólo el mes de abril sino que todos los restantes se llevaron mi corazón! ¡Cuántas veces el dolor de muelas! ¡Cuántas veces una de romanos!
Anoche en el Caupolicán, Sabina cantó en un escenario donde los iquiqueños de antes, se cansaron de levantar los brazos en señal de triunfo. La victoria era nuestra compañera. Allí boxeadores como Loayza (los cuatro), Godoy (los dos), Rendich y “Maravilla” Prieto y sus hermanos (Jorge y Rafael), se cansaron de tumbar a los santiaguinos. Ojo Joaquín, Santiago no es Chile, y no digas después que no te lo advertí. Los aplausos, flaco, eran los mismos que los viejos le tributaron a Humberto Lillo en esa memorable pelea frente al Loco Rendich. Ambos iquiqueños por cierto. “Dicen que Iquique es grande como un salar” reza la Cantata de la Escuela Santa María (no te voy a decir que Luis Advis es también de los nuestros).
A tu lista de palabras claves de la lengua chilena tienes que agregar esta frase: Iquique es puerto. La tierra de Joaquín y de Antonio, la tierra de Bobby Deglané. O si no te gusta te paso esta otra: Iquique tierra de campeones…
Un amigo nuestro que murió hecho pebre en una calle melancolía de la ciudad, cantaba tus canciones y soñaba con instalar un bar cuyo nombre era “Peor para el Sol”, dicen que cuando la muerte lo sorprendió iba con una de tus canciones a todo volumen.
Los años 60 fueron de Serrat, los 80 de Aute, los 90 de Sabina. El año 92 nació mi hija. El consenso fue único, su madre y yo, coincidimos en que no sólo era linda, sino que también debía llamarse Joaquina. Lleva su largo nombre por la vida, y de vez en cuando pregunta el porqué de tantas letras. Escucha a Sabina y tararea sus melodías entre el pop y el tecno.
Debo confesar algo. Soy el más sabina de todos los que se ponen gorros, poleras o remeras, y se dejan esa barba corta. No me se todas tus canciones, como quien recita un catecismo, pero me se de memoria el nombre de las musas que nos dejan volando a ras del suelo. Me se de memoria, ese olor del abandono, me se de memoria el olor de los bares a punto de cerrar. Y aunque ahora, otros menesteres, parecidos a los tuyos me tienen encerrado en mi casa, de vez en cuando pierdo el apellido y no puedo dormir.
Fin de la primera versión