Me la juego por pensar que el sonido del Norte Grande, es aquel que viene de los instrumentos de bronces. Esa sonoridad allegada a estos territorios a fines del siglo XIX, se arraigó casi como una línea de continuidad con nuestros antepasados ejecutantes de sicuris, lakas y zampoñas, entre otros. A lo anterior hay que sumarle los instrumentos de percusión. Hay además otros sonidos como el de la olas que revientan en Playa Brava o bien aquellos ruidos molestos como las alarmas y bocinazos.
La narrativa sonora del Norte Grande está dominada por la presencia de los bronces. Sea 21 de mayo o 16 de julio, sea en el estadio, en San Lorenzo, en la despedida de uno de los nuestros camino al cementerio, o bien, en la celebración de cumpleaños, bautizos o matrimonios, la sonoridad envolvente lo cubre todo. Antes del sonido sourrand, estaban los bronces.
La Tirana que acaba de finalizar fue el mejor ejemplo. Los saltos de Los Gitanos al compás de la música de la banda Los Nazarenos, o bien en la romería de los músicos al cementerio, se escuchaban tanto las marchas norteamericanas o alemanas como el himno a Yungay, mientras la China bajaba a presidir la misa. El nacionalismo con la religiosidad popular se dan la mano, en otras, la espalda.
Bandas de bronces que aglutinan a adultos y a niños (especialmente tocando platillos), dan cuenta de un bloque intergeneracional y familiar, donde la peregrinación es el común denominador. Músicos del Norte Grande que cada 16 de julio van al cementerio a ofrendar a los que no están, entre ellos a los maestros como Cadima, Navas y Pereira. Y muchos más. Los bronces con su magnifica presencia y sonoridad constituyen la banda sonora de nuestro extenso y querido Norte Grande.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 22 de julio de 2012, página 18