Tarapacá debe ser la región más neoliberal del país. Aquí se respira el aire del creer que estamos bien. Conocida por su dinámico y combativo movimiento obrero producto de la era del salitre, los tarapaqueños han ido lentamente, a medida que el siglo XX avanzaba, girando hacia la derecha. Poco o nada queda de esas grandes manifestaciones obreras que tenía a la plaza Condell y al monolito de los mártires del 21 de diciembre como punto de encuentro.
Los referentes políticos de esa izquierda ya no existen. O bien no saben responder a las demandas de los ciudadanos. Producto de la acción de la dictadura militar, se instaló y con éxito en la subjetividad de las personas la idea de que la política, en si, es mala. Se internalizó la creencia de que lo individual está por sobre lo social. Y lo que es más, que la sociedad no necesita Estado, pero si mercado. La alta abstensión de las últimas elecciones así lo demostró. No es que le gente haya optado entre ir a sufragar o irse a la playa. Sencillamente, hizo lo que su conciencia le sugirió. Hay pues una crisis de la política que nos puede llevar a abrazar cualquier tipo de ofertones electorales.
El hecho que marca la conciencia épica de Tarapacá como escenario de grandes movimientos sociales, es la matanza del 21 de diciembre de 1907. A 106 años de la masacre obrera, la memoria parece sucumbir. Grupos aislados, pero sin grandes capacidades de convocatoria intentan perpetuar ese hecho, mientras que los carros navideños se toman las calles anunciando el jolgorio y el consumismo. Los que se abstienen se constituyen ahora en el tema de la política. Un macizo proceso de educación cívica, de valorización del Estado, y sobre todo de prácticas democráticas, se hace más necesario que nunca.
¿Es el fin de las viejas prácticas políticas? Puede ser, lo que no puede suceder es que la política se divorcie de la historia, de la ética y de la épica.
Los referentes políticos de esa izquierda ya no existen. O bien no saben responder a las demandas de los ciudadanos. Producto de la acción de la dictadura militar, se instaló y con éxito en la subjetividad de las personas la idea de que la política, en si, es mala. Se internalizó la creencia de que lo individual está por sobre lo social. Y lo que es más, que la sociedad no necesita Estado, pero si mercado. La alta abstensión de las últimas elecciones así lo demostró. No es que le gente haya optado entre ir a sufragar o irse a la playa. Sencillamente, hizo lo que su conciencia le sugirió. Hay pues una crisis de la política que nos puede llevar a abrazar cualquier tipo de ofertones electorales.
El hecho que marca la conciencia épica de Tarapacá como escenario de grandes movimientos sociales, es la matanza del 21 de diciembre de 1907. A 106 años de la masacre obrera, la memoria parece sucumbir. Grupos aislados, pero sin grandes capacidades de convocatoria intentan perpetuar ese hecho, mientras que los carros navideños se toman las calles anunciando el jolgorio y el consumismo. Los que se abstienen se constituyen ahora en el tema de la política. Un macizo proceso de educación cívica, de valorización del Estado, y sobre todo de prácticas democráticas, se hace más necesario que nunca.
¿Es el fin de las viejas prácticas políticas? Puede ser, lo que no puede suceder es que la política se divorcie de la historia, de la ética y de la épica.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 22 de diciembre de 2013, página 21.