Quienes nos visitan, ya sea por motivos turísticos o de los otros, nos reducen a la Zofri o al Mall. Otros, los menos, se internan por calles cuyos nombres remontan a otras épocas. Calles que sostuvieron otros medios de transportes, veredas que contestaban con el eco, el paso de varones o de damas. El así llamado casco antiguo, el fundacional, parece que en forma inexorable va desapareciendo. El edificio de la calle Serrano con Ramírez, donde alguna vez estuvo el Seguro Obrero (1939), en el 1966 se instaló la sede de la Universidad de Chile, el Registro Civil, el IPI, y el Seguro Social, ha sido vendido. Antes que fuera construido ese lugar estuvo Las Dos Estrellas. Un incendio, como siempre, permitió la construcción de ese edificio que para la época fue un signo de progreso. ¿Qué se va hacer ahí? es la pregunta que todo nos hacemos. Igual interrogación para ese edificio de las esquinas de Sargento Aldea con Barros Arana, donde estuvo la fuente de soda «El Refugio». Nunca ha abierto sus puertas. Menos sabemos que función tendrá. En calle Bolivar, antes de llegar a Arturo Fernández, se alzó sobre la casa de los Sanginés, un inmenso cajón de bloquetas, seguramente que será una residencial. En ese barrio, se asiste a una reconfiguración urbana, que bien vale la pena estudiar.
Esta ciudad es un mosaico básico, en que las lógicas se contraponen, los usos se contradicen y los estilos, para que decirlo, son de un eclecticismo rudimentario.
Esta es mi ciudad que no cambio por nada. Aunque una buena mano de gato, la haría más querible. ¿Por que no pintar la fachada de la casa que está en las esquinas de Obispo Labbé con Bulnes? Y hay muchas otras más, que embellecería la ciudad rescatando lo mejor de nuestra arquitectura.
