EQUIPO DE FUTBOL3227

Las ciudades modernas, para ser llamadas como tal, deben poseer, entre otros tantos atributos, una plaza, una iglesia, un teatro. Al parecer hay cierto consenso en esos tres elementos. Sin embargo, agregaría el estadio. Es decir, el lugar para la prácticas de los deportes, y sobre todo, del fútbol.

Este invento introducido por los ingleses por los puertos, viene tomado de la mano, con el ferrocarril. Incluso podríamos agregar a los cuatros elementos ya señalados, la estación de ferrocarril. El puerto y la estación de trenes, fueron las puertas de entradas del capitalismo que no sólo introdujo el trabajo moderno (salario y plusvalía) sino que también el ocio (deportes regulados por reglas).

El fin de las ideologías modernas, testificada con la caída del muro de Berlín, significó entre otras muchas cosas más, que el fútbol, se convirtiera, gracias a la globalización, en el primer elemento de la industria del entretenimiento. Este deporte y los conciertos musicales de ídolos populares, son los únicos que logran juntar a gente bajo un solo objetivo. Y en ambos, el escenario es por lo general, un estadio.

El estadio al igual que la iglesia, se convierte cada fin de semana en un lugar de peregrinación.  Al primero acuden sus peregrinos de modos diversos. Pero, todos al momento de cruzar el umbral, se transforman de ciudadanos en hinchas. Las calles que le circundan adquieren incluso un olor a esa gastronomía que se relaciona con el espectáculo: empanadas, anticuchos y ahora choripan.  La música hace lo suyo. Los cantos adaptados o bien inventados, cierran esta liturgia popular.

Los alrededores del estadio, sobre todo sus murallas, articulan un paisaje futbolero, en la que gracias al grafiti y al muralismo, los jóvenes inscriben los nombres y los retratos de los grandes futbolistas.

Si en los años 60, las paredes expresaban el deseo de cambiar la sociedad, hoy la ciudad al hablar por sus muros,  nos remiten a otros héroes, esta vez de pantalones cortos y cabellera larga.

En Iquique, mi ciudad, las paredes de los barrios populares, aparecen vía la pasión del fútbol, expresando una fuerte identidad: “Iquique es puerto, las demás son caletas”, “Territorio libre de llamos” en alusión a nuestra vieja rivalidad con los ariqueños, a quienes sintetizamos en la figura del camélido.

El rostro futbolero de la ciudad opera además como memoria colectiva de una actividad que no cabe en los libros y menos en las salas de clases. Los muros pizarras, recogen la historia de las tantas veces que fuimos campeones de Chile.  El color celeste anima esta narrativa visual.  En la plaza Arica una placa de bronce dice “Club deportivo La Cruz, 80 años sirviendo al pueblo”.

Así como hay una ciudad letrada existe también la ciudad futbolera.  La plaza, la catedral, la escuela, los intelectuales, los libros, dan cuenta de ella. El estadio, los camarines, los dirigentes, los entrenadores, los periodistas y relatores, los jugadores y sobre todo los hinchas, expresan a esta otra ciudad.

Las tardes y las noche del fútbol dejan ver en todo su esplendor a esta polis, que traslada todos sus códigos al estadio.  Esta sociabilidad que dura más de noventa minutos (los partidos duran más que esa hora y media) demuestra que hombres y mujeres (ya se rompió el monopolio masculino sobre este deporte) ocupan un espacio y un tiempo en la que la vida social, la del trabajo, queda momentáneamente suspendida.

La ciudad futbolera, es letrada a su modo, ya que tiene también sus especialistas. Los intelectuales modernos, los del pienso luego existo, condenaron al fútbol, aunque en sus fueros internos, lo gozaban. Y era lógico. Su saber se fundaba en la razón, y el fútbol, así como los deportes en general, pertenece al cuerpo (no por nada el ajedrez es “deporte ciencia”). No podían entender esa actividad. Y para que la condena fuera expedita tomaron la frase de Marx, el opio del pueblo, y se la colgaron.

La religión popular, La Tirana, por ejemplo, al igual que el fútbol, descansa sobre el cuerpo. Y las ciencias sociales modernas, clásicas, esas que se enseñan en las universidades, le cuesta abrir sus puertas de sus aulas, al estudio de esta dimensión de la vida.

Pero los intelectuales han ido entendiendo que gustar del fútbol no es ya un estigma.  La sociología del deporte, ha ido produciendo diversos textos relativo a estas prácticas.  La ficción literaria en América Latina de la mano de Benedetti y de Galeano, entre otros, no por nada ambos son uruguayos, produjeron textos bellísimos sobre esta realidad. Una nota al pie. En la obra de García Márquez, el fútbol no existe.

“Juego, luego existo”, Descartes en pantalones cortos y corriendo tras una pelota. Sea como sea, la ciudad futbolera se deja ver. Como ya dijimos en las paredes que dan a la calle, en los baños públicos, en el cuerpo tatuado, en las banderas que flamean, se da cuenta de una intensidad urbana que vive, a diferencia de la ciudad letrada, no al ritmo de la razón, sino de la pasión.