Doscientos carabineros, cien guardias privados y se debe sospechar, por lo menos, unos cincuentas policías de civil, es decir, doscientos cincuenta personas para controlar el encuentro entre Deportes Iquique y Colo-Colo. Sin sumar al honorable y sacrificado Cuerpo de Bomberos.
El tránsito fue cortado a cinco manzanas del Tierra de Campeones. Hay que notar que esas cuadras en ese sector son grandes. A cien metros la primera barrera. Un par de carabineros dejaban entrar solo a aquellos que tenían su entrada. El acceso fue sin problemas. La noche anterior, perros amaestrados, personal de seguridad revisaron las galerías y los baños del estadio. Nada quedó al azar. La intendenta llamaba al gobernador y éste al jefe de carabineros.
-Todo en orden- Y la respuesta iba de arriba hacia abajo como las empanadas por la galería Andes.
La noche anterior, Juan Sotelo, hincha de Deportes Iquique, se cambió la camisa. Se sacó la polera comprada en Tacna y se chantó la de Deportes Iquique con el nombre de Puch, en la espalda. Ya venía con sus buenas cervezas en el cuerpo. Había empezado a esperar el partido desde el viernes por la noche. Comenzó en la calle Barros Arana, y recorrió todas las choperías de norte a sur. Se las sabía de memoria. Les gustaba por que siempre estaba la TV prendida, y en una pizarra el menú de los partidos. El último que vio fue el del Chelsea con el Bayern. Vio a Drogba y de inmediato se hizo hincha del equipo inglés. A la pregunta del porque ese gusto tan exquisito su respuesta era corta y precisa. “Es que Drogba se parece a Taucare”. Sería todo.
Amaneció ese día con el cielo celeste que parecía anunciar el triunfo de Iquique. Compuso la caña con un ajiaco, y siguió la ruta de la barra de los locales. Bajó por Tadeo Haenke. Eran las 12.00 y se coló con la barra y se instaló en la grada norte. Llevaba un globo celeste y una sed que mueve montañas. Ignora a qué hora el sueño lo venció. Lo despertó el himno a Iquique y la voz del locutor que habla de la cerveza holandia con un tono cantadito. Miró a su lado, y vio el pasto verde, como recién plantado, como un camisa verde recién planchada. No lo pensó dos veces. Se paró y se alisó el pelo. “Está es la mía” exclamó. Y apareció por la cancha.
El murmullo fue generalizado. Los doscientos carabineros, los cien guardias y los presuntos cincuenta policía de civil activaron el plan A, B. C y D. Todas las miradas se dirigieron al sector norte de donde había surgido, casi como un fantasma, Sotelo. La intendenta llamó al gobernador y éste al jefe de Carabineros. Sotelo caminaba como por su casa rumbo al centro de la cancha. Ya se sabía el libreto. Tres carabineros y dos civiles, corrían por la cancha. Se notaba, por la forma de correr que nunca habían jugado y menos en una cancha con ese césped. Sotelo le dio a la espalda a la tribuna Pacífico. Movió los brazos de izquierda a derecha, y los de la Andes y luego todo el estadio le respondió:
“Chi, chi,
ele, ele, e
Deportes Iquique”
El aplauso fue cerrado. Los cinco guardianes los tomaron del brazo y se lo llevaron. Todo el estadio aplaudía. Juan Sotelo había logrado desbaratar los planes de seguridad pensado y analizado con quince días de anticipación. Había dejado en ridículo al General de Carabineros, a los Bomberos, a la Cruz Roja…
Juan Sotelo se dio el lujo de su vida.
En el calabozo, alivió la resaca con el dulce recuerdo de haber tenido a los seis mil dragones (el resto, unos dos mil, eran albos) a su disposición, los mismos que dos horas más tarde insultarían hasta el hastío a Sanhueza y a Oses, el árbitro.