Aparte de rimar, siesta y fiesta, parecen ser el anverso y reverso de esta moneda que, se llama Iquique. La primera, una suspensión del tiempo ordinario y, la segunda, también. En una, el cuerpo en reposo, en la otra, en movimiento. Siesta/fiesta, es el complejo ritual de la vida de los ciudadanos que, perciben que la vida tiene un ritmo y, un objetivo diferente a la que nombra el manual del desarrollo, importado desde Europa y los Estados Unidos.

Ambas son ceremonias que requieren rituales específicos. Momentos fuertes que requieren preparación. La siesta, precisa del silencio (ese que escasea en esta ciudad ruidosa), de cortinas cerradas, según la estación, y de pijamas para algunos. Ya sea, en la cama o un sillón, con la tele prendida. Si se apaga la TV el siestero despierta enojado. El siestero, se revela contra la dictadura del reloj.  Recuerdo siestas inolvidables en Ancud y en Chiapa.

La fiesta precisa de una buena siesta, de un baño previo y sobre todo, un traje para la ocasión. La fiesta, es la noche abierta, como vieja mampara de par en par. Bautizo, matrimonio o cumpleaños, son la triada perfecta para que el cuerpo primero y luego la mente, se expanda hacia la dimensión del placer. Ya lo dice el poeta, «bailar, es soñar con los pies». Ya sea en la casa o, en la sede social, la fiesta se alza como un faro en medio de la noche. En Iquique, las fiestas cada vez empiezan más tarde. La Tirana, es una fiesta que resume buena parte de lo que somos. Las otras, las profanas de cada fin de semana, hacen el milagro de romper la rutina. Recuerdo fiestas inolvidables como los cumpleaños de mi tía Electra.

Fiesta y siesta, pueden verse como una cadena sólo alterada por el trabajo. La siesta, se suspende a la hora del velorio del amigo. La fiesta, parece acompañarnos aún en el dolor. Somos festivos, aún en medio de nuestros tormentos. Pero, para que la vida sea un carnaval, necesitamos echarnos una siestecita.

 Publicado en La Estrella de Iquique, el 16 de noviembre de 2014, página 29