Cuando aún en esta ciudad, las veredas eran de madera y vivían con orgullo; años en que las calles eran de los peatones, los barrios populares, tendían o aspiraban a la autosuficiencia. Los despachos de las esquinas, los gallineros, la señora del matarife que vendían los “interiores”, entre otros, eran parte de una red de servicios que, el barrio aprovechaba. Ni qué decir, del pescador que llegaba con cojinovas y, las repartía entre los vecinos. Economía barrial solidaria.
En la salud existían los curanderos, arregladores (el ciego Martínez, Zegers, entre 21 de mayo y 18 de septiembre, se hacía llamar “compositor de huesos” y, otros preocupados del cuerpo. Pero, sin duda alguna que, el personaje que más brillo tuvo en esos territorios, fue el practicante. En la plaza Arica, lo fue doña Nora Contreras y, quizás el más recordado, Jarita. Don Wenceslao Jara Urbina, nacido el año 1925, conocido simplemente, como Jarita. En Huara, en la farmacia, se familiariza con el mundo de los remedios, las pócimas, los parches. Fiel a la época y, como muchos otros, realiza un curso por correspondencia para calificarse como tal. Obtiene su cartón y, es enviado a la caleta de Patillo y de Huanillo. Su buen desempeño, lo lleva al hospital regional. Allí, se “codea” con Kiriko Moreno, Lombardi, Sierralta, Reyno.
Llegaba a su casa de la plaza Arica, impecablemente de blanco. “Jarita”, le gritábamos y él levantaba su brazo y saludaba. Era nuestro galeno. A él, se recurría, cuando la urgencia lo dictaba. Su casa, era una especie de clínica: parches curitas, gasas, metapío y de un cuanto hay. Ser practicante en el barrio, era ser una autoridad. Jarita, además de buen corazón, tenía buena mano. Y también, el don de la palabra. Pero sólo para los eventos especiales. Al despedir a un amigo en el cementerio tomaba la palabra: “Que se abran las puertas del cielo…”, mientras el panteonero revolvía el cemento, le echaba agua, para evitar que se endureciera. Y Jara, seguía inspirado, despidiendo al amigo. Sufrían los panteoneros. El practicante Jara, solidario y solícito, murió el 28 de septiembre de 1996. Y, por cierto, “Se le abrieron las puertas del cielo”…
Publicado en La Estrella de Iquique, el 30 de noviembre de 2014, página 25