Pelicanos

 

 

La Tirana sigue siendo un libro abierto que hay que saber leer y a veces, deletrear. Cada año se «descubre» un algo que nos hace repensar lo que habíamos visto el año anterior. En el año 1950, asistieron 20 bailes, y sólo dos detectives prestaron seguridad, Luis Benítez y Miguel Zurita, además de carabineros. Ese año, se implementó la ley seca. En la actualidad es imposible imaginar como eran esas festividades de mitad del siglo pasado, a excepción de los relatos de grandes caporales como Tito Rodríguez, el Manicero y Arturo Barahona.

Los bailes religiosos, como el Pelícano de Antofagasta, con su caporal Bastián Vera nos sorprendió. Es un niño de apenas 11 años que maneja con destreza y cariño al grupo de bailarines que lo acompañan. En la fila del medio y con un pito, ordena las mudanzas. Bien sabemos que este rol, por lo general, es desempeñado por un adulto. Al finalizar sus mudanzas le pregunto a un danzante , morenos como todos los nortinos, hombre de mar, el porqué de esa presencia. Fue corto, amable y preciso: «Es que como todos trabajamos, no tenemos tiempo, y decidimos que Bastián asumiera como caporal». Con ello, se aseguran la continuidad del baile, con un joven que tiene, literalmente, toda la vida por delante, para ejercer ese complejo rol. Carisma y don de mando, son las dos caras de la moneda caporal.

La Tirana es un gran espacio comunitario, en la que las familias refundan, por lo menos, en una semana, un tejido social basado en la reciprocidad, en la ayuda mutua, en la amabilidad y en la cercanía física. Cuando el neoliberalismo hace añicos la sociabilidad, los bailes siguen mostrando la capacidad de construir un nosotros, basado en el marianismo. En las ciudades y puertos del Norte Grande, y durante todo el año, los bailes mantienen este sino que los ayuda a llevar una vida no sólo más digna, sino que también compartiendo un sueño. La Tirana, así como Las Peñas, San Lorenzo y Ayquina, son quizá las últimas manifestaciones de esta ética comunitaria.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 19 de julio de 2015, página 17