Se podría pensar que los diversos lugares que han ocupado las ramadas en Iquique, nos hablan del crecimiento de la ciudad. A fines de los años 60, por ejemplo, se instalaban en lo que era el sector conocido como La Gaviota, al empezar el parque Balmaceda. Lo mismo se puede decir de la parada militar. Hubo un tiempo en que se hizo al interior del estadio Municipal. La búsqueda de un lugar que deje contentos a todos parece ser una quimera. El explosivo crecimiento y la poca previsión de lo que seremos en 20 años más, nos deja planteada la duda, sobre el lugar que debieran ocupar estas celebraciones en un par de años más.
Hubo 18, como los del ayer que habitan porfiadamente en la memoria. Y esta, ya lo sabemos, suele rebelarse a las coordenadas de tiempo y espacio. “La Mañana Criolla”, en la Casa del Deportista, no hacía más que elaborar una postal de la chilenidad exportada del valle central. La ramada del Magisterio, fue sin duda alguna, una de las mejores. Se dice que las familias iban hasta con guaguas, mientras dormían, sus padres bailaban. Se comenta que nadie robaba. Un grupo de liceanos, de cuyos nombres me quiero acordar, instaló un juego con un cuy que, mareado (pobre animal decimos hoy), ingresaba a una casita que portaba un número. El que había comprado el boleto con el número, ganaba. Gerardo Segovia, un gran y buen dibujante, y gran amigo además, dibujó una caricatura del pobre roedor. “Crapa, el cuy salvaje” le puso. Era el gancho y el inicio de la publicidad en Iquique. Los niños querían conocer a Crapa. Fue una continuidad de Godzilla y de todas sus variantes.
Las ramadas no sólo olían a empanadas, sino que también a pueblo chico, como la canción que cantaba José Feliciano y que creíamos se había compuesto pensando en Iquique. Ir a ellas era un acto de sociabilidad irrenunciable. Las fachadas de las casas se pintaban y las familias lucían sus prendas recién compradas en las pocas tiendas del ramo. Adriana Medina y sus “Corraleros”, el “Cholo” Sánchez y otros conspicuos folkloristas animaban las noches. Eduardo Carrión, su señora y la gran mayoría de los normalistas, imponía su autoridad en lo que a la difusión de la música nacional se refiere.
Los juegos iban desde la clásica lota y sus tarros de duraznos, pasando por el tiro al blanco, a una hilera de patos que pasaban sobre una cinta. Tras de ellos un paisaje pintado por un anónimo pintor, nos hacia realidad el sueño del cazador, hasta llegar a un tablero con un aro en que se embocaba un pequeño balón de goma. Dice la leyenda que Sergio Bustos, el “Cacerola”, dueño de una puntería sin par, hizo quebrar al dueño del negocio. Cierto o no, el relato es verosímil.
Los tiempos han cambiado. Iquique goza de una multiculturalidad evidente. Y eso se hacen sentir, por ejemplo, en la comida y en la música. Lo que no significa que la chilenidad se ha perdido. Vive bajo nuevos rostros y se expresa en las redes sociales de un modo que no antes no conocíamos.