Los poetas que habitaron la ciudad en la década de los 80, se las arreglaron para dejar constancia de su existencia, sus dolores y anhelos. Para ello rayaron hojas, más no paredes (eran tiempos duros), publicaron en hojas mimeografeadas y en los pocos micro-medios que circulaban por ahí. La gente de la Agrupación Cultural Tarapacá, el Comité Permamente de Solidaridad, la Comisión de Derechos Humanos, el Ciren, la Agrupación de Presos Políticos, la Comisión de Derechos Humanos, entre otros, daban sus espacios para cultivar el arte poético como forma de protesta.
Los poetas de esos entonces cultivaron la pena y la rabia como quien masca chicle. Se reconocían al tiro. Se miraban a los ojos y la poesía se hacía carne como verbo que es. Hablo de Ayala, Rojas, Aracena, Ceballos, Ross-Murray, “Pichón” Taberna, Cecilia Castillo, entre tantos otros, que creían que «la poesía era una arma cargada de futuro», tal como lo había escrito Gabriel Celaya.
Estos poetas que reportaron las noches de bohemía, leyeron a Mario Benedetti, Nicanor Parra, Ernesto Cardenal, Raúl Zurita, entre otros cuyos nombres olvido. Escuchaban a Silvio Rodríguez, Joan Manuel Serrat, Víctor Manuel, Pablo Milánes y a Paco Ibañez, sobre todo «Las palabras para Julia». Y como el humor era cosa seria se deleitaban con Les Luthiers. Alfredo Zitarrosa, les recordaba que siempre hay un violín que toca Becho.
Luego de ver los videos del Ictus en el Ciren/Crear, se iban al Wagón, a aquel del puerto, que abrió sus puertas un otoño del año 1983, y que en en su noche tímida de apertura, tuvo como invitado al Blacky y a Osvaldo Torres. Esas noches aun viven gracias a la buena memoria de Luchito Aguirre y del pelao Gavilán. Cecilia Castillo, seria como siempre, pensaba en la poesía y en el bolero. Pobresía, la hoja de Ayala circulaba como panfleto, sin serlo. De vez en cuando desde María Elena se dejaba caer Hernán Rivera Letelier y leía sus poemas y pomadas. Todo estaba en contra de esos magos, menos la esperanza que soplaba con viento a favor. Viejos están esos vates hoy, pero siguen manteniendo el rictus poético y cierto aire de tristeza al caminar.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 22 de noviembre de 2015, página 19