Cuando el centralismo viaja a regiones, lo hace para tomar el sol, un bien escaso en Santiago, o bien para dictar cátedras acerca de cómo debemos comportarnos. El centralismo es un estilo de vida que consiste en mirar con desdén a aquellos que vivimos en provincia. El centralismo es también pensar en que estas zonas nunca pasa nada. No hay cultura, no hay arte, no hay libros, no hay escritores. De allí entonces que la última manifestación centralista que nos visita, haya enarbolado el lienzo de la Primera Feria del Libro. ¿La primera?

Como el centralismo no cultiva el arte de la memoria, vale la pena recordar que el mismo Fondo del Libro de Ministerio de Educación financió dos ferias que el Centro de Investigación de la Realidad del Norte, Crear, organizó. Pero, lo que más llama la atención es que estos dos eventos regionales, no pudieron continuar, ya que se prefirió apoyar a una institución de Santiago para realizar esta actividad. En un país donde se habla de descentralización, en los hechos se hace lo contrario. Paradojas del estado.

Los escritores locales no tenemos ninguna posibilidad de mostrar lo que producimos. Las editoriales iquiqueñas no existen para este monstruo que se llama Santiago. Libros como Avísale Freddy, de Lautaro Yáñez; Fábulas y Refábulas, de Guillermo Ross-Murray; Boleros, de Cecilia Castillo; Escupitario, de Juvenal Araya. De tato ver morir, de Jaime Ceballos, las recopilaciones de Juan Vásquez y Félix Reales entre tantos otros, no gozarán el privilegio de ser hojeados como Mala Onda, de los autores santiaguinos. Las colecciones Oscar Hahn y Luis González Zenteno, de la Universidad Arturo Prat, tendrán que esperar otra vitrina.

El debate sobre la cultura que este diario animó, se corona con este hábito arraigado del centralismo por imponer su hegemonía y su prepotencia.

Pero no le echemos la culpa a la capital: el centralismo es también obra nuestra. Somos nosotros quienes asentimos con una humildad que a veces colinda con la sumisión, la perpetuación de esa conducta. Los nuestros no son libros, son libritos decimos, como dando excusas. No niego que tenemos mucho que aprender de los escritores metropolitanos, lo que no me gusta es el tono y el estilo. Tenemos muchos que aprender de Guillermo Ross-Murray o de Carlos Mancilla, por ejemplo.

En fin, nuestra escasa autoestima ayuda a reproducir este estilo de vida, tan avasallador como ingenuo. Hernán Rivera Letelier nos salva con su provincialismo, de allí que le admiremos, porque aún mantiene ese rostro moreno y las uñas sucias, que huelen a compromiso, y no a camisa blanca, ese color de la asepsia y de la higiene.

Me gustaría que la cuarta feria del libro, la organice, por ejemplo, la Universidad Arturo Prat.