No hay la menor duda que el fervor a San Lorenzo está en alza. Sus colores están presentes en todo el paisaje urbano y rural. Tiene algunas singularidades que es preciso anotar, sin ser exhaustivos, por cierto. Una de ellas es su origen como fiesta patronal y que con el tiempo ha ido transformándose en un culto mestizo y popular. El pequeño pueblo de Tarapacá al que la región le debe su nombre, recibe a miles de peregrinos que en julio, muchos de ellos, han estado en La Tirana.
Dentro del mundo de los peregrinos hay quienes asisten a las dos festividades. Otros, son sólo marianos y se quedan con la China. Pero entre ambos cultos hay una línea de continuidad. La China, es la madre que protege. Representa la simbiosis entre la pachamama y la virgen. Una relación que muchas veces ha sido fuente de conflictos. Y es también la patrona del ejército. San Lorenzo, no es padre, es el patrón. Podríamos decir que es el hermano mayor, el amigo, el compadre. Aquel que nos cuida, pero que a falta del padre, nos protege y castiga. El Lolo es cobrador dicen los peregrinos. Y el fuego es su arma favorita.
El Lolo, y con esta expresión se manifiesta la cercanía con sus seguidores, es la re-lectura del dios de la lluvia en la cosmovisión andina. El Lolo convoca a los otros, a los más alejados del centro del poder. La rompía del día es el pueblo alzado en la fe. En los años 60, la procesión del Lolo seguía la lógica del mundo andino. No había ley seca ni restricciones parecidas. Se respeta a la madre tanto como al hermano mayor, pero con éste, hay una cercanía distinta que con la madre. La China y el Lolo parecen reconstruir la vieja familia tarapaqueña a la que a veces le falta el padre.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 14 de agosto de 2016, página