Se nos fue doña Teresa. La dejamos de ver hace un tiempo. Sus familiares nos decían que estaba en casa. Una enfermedad la había privado de recorrer esas calles iquiqueñas que ella tanto quería. Por una pequeña nota en la prensa nos enteramos de su muerte. Era algo anunciado, pero siempre la palabra rebeldía se nos apodera de los labios y pensamos que no es cierto, tal vez un error, o quizás un alcance de nombre (¿qué terrible no?). Pero como la Teresa, bien lo sabemos, había una sola.

Ya sea en el Palacio Astoreca o bien el Veteranos del 79 la veíamos con ese garbo con la que expresaba distinción y esa humildad tan lizardina. Por la calle Baquedano conjugaba sus pasos con ese sueño de ver a Iquique convertida en una ciudad de artistas. Lo suyo era el piano y con ese instrumento nos embellecía esos otoños que, con frío o sin él, siguen siendo grises.

Al igual como se nos fue las Dos Estrella, se nos fue doña Teresa. Ella que era por si sola una estrella, nos dejó sin previo aviso. Así lo quiso. Y no es que fuera ingrata. Resulta que no quería molestarnos. Su corazón era inmensamente más grande que aquellas melodías que le enseñaba a sus niños y niñas. Su sonrisa ancha, pero jamás ajena iluminaba esos días en que la mala onda nos acompañaba. En su diccionario la palabra envidia no existía. En su reemplazo practicó la solidaridad y todos esas artes que contribuyen a embellecer la vida.

A doña Teresa, mi querida Tere, habría que cantarle todos los días el himno a la alegría, el de Iquique y otros que habría que inventar para hacer más llevadera la vida. Con su muerte nos quedamos un poco más solos, pero sabemos que en el lugar donde esté nos animará con lo mejor de su repertorio. Cito un párrafo de un correo que me llega de la Cecilia Castillo: “Señora, en toda la palabra. En el dolor, en la lucha, en la entrega diaria…

Que se quede su presencia, la invito, la insto, la conjuro. Que se quede, suavemente, discretamente, con su suave y firme brazo, para que inspire y apruebe desde allá las tareas que tenemos pendientes.
Mientras, seguiremos escuchando las notas de tu piano”.

 

Un piano. Y sobre su teclado esas manos de la Tere arrancándole esas notas para construir esas voces que tanta falta nos hacen. Un piano ha quedado vacío. Esos coros que en la década de los 80 ella ayudó a fundar. En ese Iquique no tan ajeno como el de hoy, pero con días terribles. En esa ciudad en que la Tere con sus grandes ojos parecía decirnos que el sol podía salir.

 

En estos días y noches inquietas, la noticia de la muerte de la señora Teresa Lizardi fue con un golpe certero en plena capital de los afectos. Pero, no ha muerto, vaga por ahí con su piano y con sus niños y niñas detrás. Con Humberto, el otro Lizardi, hablarán de la vida, sin duda. Cada vez que suene la Melodía Inmortal la Tere nos guiñará el ojo.

 

Publicado en La Estrella de Iquique, el 20 de enero de 2008