La cocina es una buena figura literaria para pensar en todos aquellos procedimientos creativos, siempre agradable, a veces, tortuosos. La cocina es el lugar de la preparación, de la inspiración. Es el sitio donde se lleva a cabo. ¿Qué cocino mañana? Era la pregunta que mi madre, de vez en cuando se hacía a viva voz. La respuesta no era fácil. ¿Qué escribo para este domingo? Es la pregunta que frecuentemente me hago. A veces un taxista te da, sin querer, un tema. Escribir por encargo, es como una sopa en sobre.

En la cocina de mi casa quedaban los restos de comida que a veces iban para los conejos, gallinas o para el perro que se llamaba Bobby o Terry (así se llamaban los perros antes. Hollywood, ponía sus condiciones). Párrafos mal escritos, ideas mal hilvanadas, serían los equivalente a las cáscaras de la papas. No hay que botar los malos escritos. Siempre es posible mejorarlos. Una columna, no sólo se escribe, sino que, y esto es lo habitual, se reescribe.

La cocina es el lugar donde lo crudo se transforma en cocido. No es sólo un gesto técnico, es creativo. Un plato no se hace siempre del mismo modo. Un plato de poroto es irrepetible. No siempre en los domingos se come rico. No siempre en los domingos, se lee una buena columna. El trauma de la página en blanco, en rigor de la pantalla en blanco, anuncia la impotencia. Como la canción de Serrat, «no hago otra cosa que pensar en ti, y no se me ocurre nada».

La inspiración sin transpiración no sirve de nada. No viene del alto cielo, radica en las horas sentado frente a la pantalla. En esos ratos en que uno se pierde «en un montón de palabras gastadas» de nuevo Serrat. El reloj avanza y el domingo se deja entrever. Es viernes y mi cuerpo no lo sabe. La página en blanco sigue resistiéndose. Necesito 350 caracteres. Me faltan quince. Los fideos a la tirolesa de mi madre, eran un manjar. Esta columna, una sopa en sobre.

Publicado en La Estrella de Iquique el 29 de octubre de 2017, página 24.